viernes, 4 de noviembre de 2011

"¡Oh, el periodismo, cuán noble y elevado oficio!". Son éstas palabras del señor concejal de Alumbrado, pronunciadas en presencia de los periodistas convocados a la inauguración del curso para desempleados “Introducción al punto de cruz impermeable: sus aplicaciones a la confección de trajes de buzo”, una iniciativa promovida por el Excelentísimo Ayuntamiento en colaboración con la Sociedad Federada de Pesca Submarina “La Brótola”. El concejal, particularmente inspirado este día, continúa.
“¡Oh, el periodismo! El Watergate, Woodward y Bernstein, el premio Pulitzer, el Frankfurter Allgemeine Zeitung... ¡Qué hermosa ocupación! ¿No es cierto?”.
 “Depende”.
Quien replica es el redactor del “Saladillo’s Chronicle”, único superviviente del expediente de regulación de empleo que, financiado por la Junta de Andalucía, ha puesto a veinte de sus compañeros de patitas en la calle.
“¿Depende?”, observa estupefacto el responsable del alumbrado municipal.
“Sí, depende. Verá, es fácil de explicar. Para ello bastará recurrir a un símil. Bueno, ya sabe, los periodistas somos prácticamente poetas, gente familiarizada con los símiles, las anáforas, los anacolutos, las metáforas y las sinécdoques. En esta ocasión como le digo, hemos elegido un símil”.
“Imagine que una mañana recibe entre su correspondencia una carta de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias de Tailandia, si es que tal cosa existe. Las autoridades tailandesas le invitan a viajar a Bangkok a fin de visitar su nuevo centro para la rehabilitación de pederastas, zoófilos y otras varias depravaciones sexuales. Una interesante experiencia en el ámbito de la reeducación criminal, sin duda”.
“Un simpático guarda le conduce por las instalaciones al tiempo que le instruye sobre las severas medidas de seguridad que rigen en el centro. Y, acto seguido le conduce a las cocinas”.
“Allí le aguardan tres sujetos malencarados, con el torso desnudo, cubiertos apenas por un mandil estampado de lamparones y otras excrecencias,  a quienes el guarda presenta como los cocineros del presidio. Son unos tipos gordos, sudorosos, sobre cuyos hombros desnudos se anudan matas de abundante vello ensortijado. A su llegada, los cocineros se encuentran afanados en la desalentadora tarea de remover con una pala inmensa un mejunje verde y grumoso que burbujea en el interior de un perol abollado y jaspeado por el óxido. Y es entonces cuando va usted y dice. “¡Oh, la cocina, qué arte tan elevado! La deconstrucción de los alimentos, Ferrán Adriá, la cuisine française con su bouillabaise, su vichyssoise, su foie de canard... ¡Qué hermosa ocupación! ¿No es cierto?”
Dicho lo cual, y movidos por lo que sin duda habrá de ser una inspiración corporativa, los cocineros se abalanzan sobre usted, le aferran del gaznate, lo conducen violentamente a las duchas y, allí, en la intimidad que procura el alicatado, arrojan al suelo una pastilla de Oil of Ulay para, acto seguido, invitarle a agacharse a recogerla”.
“Ya ve usted. Pues con el periodismo es igual. Con la única diferencia de que los periodistas somos gente refinada, con estudios, prácticamente artistas, capaces de pasar por alto cualquier impertinencia. Y no se preocupe: con nosotros su honra está a salvo”.

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