viernes, 20 de agosto de 2010

El día de su trigésimo noveno cumpleaños, Próspero X., concejal de alumbrado, adquirió en unos grandes almacenes un elector a muy buen precio. El caballero con derecho a voto descansaba con desinterés en el escaparate. A sus pies, el reclamo de un cartel coloreado identificaba el producto como un artículo con una rebaja del 50 por ciento sobre su precio de mercado. Una oferta que, a ojos de un modesto delegado municipal, se antojaba una auténtica bicoca.
Los primeros días de convivencia auguraron la relación turbia y distanciada que el transcurso del tiempo vino a confirmar. El señor votante, ataviado con un terno gris arrugado, fumaba compulsivamente y, ajeno a todo lo que sucedía en su entorno, ocupaba moroso el sofá del saloncito familiar sin dedicar una sola mirada de aliento a su propietario. Si el concejal anunciaba la publicación en la prensa local de un comentario elogioso dedicado a alguna de las iniciativas emprendidas por el departamento municipal cuyos destinos regía, el elector, absolutamente indiferente a las expansiones de gozo protagonizadas por su amo, se encogía de hombros, bostezaba y, con manifiesta voluntad de zaherir, comenzaba a tararear entre dientes los compases del bolero “Solamente una vez”. La displicencia y malevolencia de aquel sujeto ocasionaron una severa crisis emocional a X., de natural sentimental. A tal extremo llegó su desolación que todos los lunes, miércoles y viernes, de seis a ocho, confiaba sus frustraciones al psicoterapeuta del partido.
Su nombramiento como delegado provincial permitió a X. aumentar el número y la calidad de sus influencias y sanear las cuentas de su casa. Para celebrar su recién estrenada posición, creyó oportuno incorporar a su servicio a un nuevo elector cuya compañía le resarciera de los desaires a los que le sometía cotidianamente aquel señor del terno gris y el rostro desabrido. Llegó así a su domicilio en paquete postal exprés una joven entusiasta de hábitos higiénicos pulquérrimos, rellenas caderas y risa argentina, regada por una fragancia cuyos efluvios evocaban un alma franca e ingenua. La muchacha colmó de alegría aquella casa hasta entonces lóbrega y melancólica. La chica, comprada a plazos en un establecimiento especializado en electores por correo, celebraba con ruidosas alharacas el más mínimo de los logros alcanzados por su anfitrión en su quehacer político. Abrazaba con sus rosáceos brazos el cuello del afortunado delegado provincial, elogiaba sus dones, encarecía sus atributos intelectuales, rogaba a Dios una carrera fulgurante para aquél que tantos beneficios procuraba a la comunidad. Ni que decir tiene que el delegado provincial estaba encantado. El elector del terno gris se limitaba a guardar silencio mientras dedicaba miradas salaces a las piernas de la muchacha.
La profecía de la incondicional electora acabó por cumplirse. X. se fajó durante años en el escaño del parlamento regional hasta el cual el partido le había promovido. Más tarde, ocupó un asiento en el Congreso de los Diputados con la discreción que se supone a quien ha resultado elegido en el puesto número tres de la lista por Guadalajara. Finalmente, coronó su exitosa carrera con una cartera ministerial y un cargo relevante en la ejecutiva nacional de la organización.
Tan decorosa posición le granjeó los recursos necesarios para cerrar la compra de un par de miles de electores cuyo estreno se formalizó en el transcurso de un mitin fin de campaña en la coqueta localidad de Anchuela del Pedregal. X. pronunció lo que bien le pareció un discurso corajudo y esclarecedor, una llamada a la sensatez civil y un estímulo a la defensa del bien común. Cuando, al término de su perorata, aquellas dos mil criaturas entregadas prorrumpieron en una cerrada ovación, el señor ministro se sintió persuadido de que aquellos cálidos aplausos encerraban el espíritu mismo de la democracia.
Inadvertido entre la multitud, el elector desengañado entonaba, como antaño, el viejo bolero mientras su mirada viajaba sin peajes a lo largo de las piernas de las muchachas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario