jueves, 8 de julio de 2010

Los ángeles custodios son gente fundamentalmente incorpórea, lo cual constituye un obstáculo insalvable para un cultivo más fructífero de las relaciones personales. Un ángel de la guarda es un tipo que goza de una reputación extraordinaria, pese a lo cual rara vez frecuenta cócteles, puestas de largo y otras citas mundanas de asistencia inexcusable para quien pretende labrarse un nombre y un prestigio. Estas criaturas celestiales recibieron la encomienda de brindar protección al ser humano durante su tránsito por la existencia terrena y, pese al anonimato desde el que la ejercen, esta tarea ha sido celebrada por los creyentes de todas las épocas con el entusiasmo de quien cree tener bajo contrato a un asalariado empeñado en librarle de todo mal. Esta buena fama del ángel de la guarda no se compadece, sin embargo, con los requerimientos de la sociedad actual y su estructura económica, cuyos valores se cifran en términos de eficacia y productividad.
Pues ángeles de la guarda los hay de todo tipo y cualificación. No será preciso llamar la atención sobre la muy desigual capacidad demostrada por los numerosos ángeles que velan por nuestras espaldas.
Habremos de convenir que el ángel que comercia con Dios en representación de un pastor etíope será necesariamente menos diestro y perito que el colega al que han adjudicado la custodia de la salud y hacienda del presidente del Fondo Monetario Internacional. El pobre africano estará expuesto, a lo largo de su más que probable breve vida, a las sequías y a las lluvias torrenciales que liquidarán a su famélico ganado, a la ferocidad de milicias brutales que asesinarán a su gente y destruirán su hogar, a epidemias terribles que consumirán sus fuerzas, a la voracidad de las economías desarrolladas... El financiero, sin embargo, apenas si temerá que la pensión multimillonaria que cobrará a su retiro le sea abonada con un par de días de demora. Todo lo cual pone de manifiesto que Dios, en su infinita sabiduría, elige de entre su cohorte celeste a los ángeles más zoquetes para velar por la suerte de los más desgraciados.
Estas almas incapaces han recibido de la gracia divina unas alas que no merecen. Cualquier experto en recursos humanos, por muy de medio pelo que fuere la empresa en la que presta sus servicios, le dirá que, con el debido respeto que merecen serafines, querubines y demás parentela, unos membrillos de tal calibre han de ser fulminados de inmediato por su alarmante baja productividad. Un buen recorte de plantilla permitirá no sólo reducir costes sino también servir de advertencia a todos aquellos otros ángeles cuyo rendimiento no se corresponda con el apetecido por los asesores de personal al servicio del Divino Hacedor.
Al cabo, un tipo flaco, desdentado, aborigen de una tierra árida y yerma, sin recursos para una vida digna acabará por diñarla más tarde o más temprano por lo que, y en atención a los más elementales principios de la gestión empresarial, nada justifica la asignación de un ángel protector, con los gastos que ello conlleva y el sobredimensionamiento que tal exceso de recursos humanos comporta.
Y, dicho esto, se hace evidente que ya no resulta posible seguir manteniendo aquella atávica convicción que hizo creer falsamente a nuestros padres en la necesidad de que las cuatro esquinitas que tiene mi cama sean custodiadas por cuatro angelitos que me la guardan. Con uno por cama es más que suficiente.

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