viernes, 28 de mayo de 2010

La S certificaba que tras los velos de la pudibundez existía un universo de lujuria y procacidad cuyos páramos nunca antes habían sido visitados. Éramos jóvenes y virginales, discípulos de Príapo, súbditos de Susana Estrada y admiradores discretos de las bailarinas del ballet Zoom, enfundadas en sus prietos y escuetos mini-shorts. Un público predispuesto a solazarse con los espectáculos sicalípticos que ofrecían las salas de cine donde se proyectaban, en exclusiva y para un público adulto y concienciado, las películas clasificadas S. Quizás sea la memoria de la edad juvenil, verdadera patria del hombre adulto, quizás la desolación de haber sido apresado por el declinante padecimiento de la disfunción eréctil. Lo cierto es que el recuerdo de aquellas proyecciones me sume en una honda nostalgia. Títulos transidos de lirismo y erudición que anunciaban con su sola lectura el advenimiento de un paraíso cuyas puertas se abrían de par en par con la adquisición de una localidad: “La ingenua, la lesbiana y el travestí”, “Libertad sexual en Dinamarca”, “Yo soy frígida, ¿por qué?”, “El hotel de los ligues”, “Desenfrenos carnales”, “El periscopio”...
La inocencia de la edad adolescente convertía en desasosiego la visión impúdica y desinhibida de un pecho huidizo que se deslizaba libérrimo a través de un deshabillé negligentemente anudado. La propietaria del seno, señora de buen año, exhalaba insinuante el humo de un cigarrillo, cuyas oscilantes volutas se elevaban hasta alcanzar el pelo cardado de la actriz para aterrizar, como una niebla evanescente, sobre el bigotazo del protagonista. El milagro del sexo en nuestras manos, dicho sea esto también figuradamente.
Nuestra generación creyó hollar el edén del erotismo, desvelar la cifra de los cuerpos sudorosos enredados y jadeantes, obtener el mapa del cuerpo ansiado, con sus cimas y sus escarpas, sus valles y sus colinas, sus simas y cordilleras. Estábamos seguros de que nuestra visita semanal al cine, nuestra colección secreta de la revista Lib y la impresión indeleble que dejó en nosotros el anuncio de Fa y sus limones del Caribe nos habían acabado por convertir, como poco, en oráculos del placer erótico y sus perversiones colindantes. Y en esta creencia anduvimos hasta que, a causa de los desengaños que procura la edad adulta y las revelaciones que trajo consigo la programación codificada de cine X de Canal Plus, descubrimos que nos habían estafado.
Suele suceder. Uno hace acopio de certezas, piensa que ha aquilatado un conocimiento erudito sobre las cosas de la vida, arguye ante el prójimo su magisterio acerca de las más diversas materias y, de improviso y para frustración propia, el transcurso del tiempo acaba por dejarle en evidencia. Santa Lucía nos cegó por haber mirado tanto y tan concupiscentemente.
Esto mismo nos ocurrió con otra porción de cosas. Clamamos por la emancipación del proletariado, y lo que el devenir del tiempo trajo consigo fue a Belén Esteban, la princesa del pueblo. Defendimos con ardor las bondades de la democracia parlamentaria, y acabamos dándonos de bruces con Leire Pajín y Vicente Martínez Pujalte. Pugnamos por una justa redistribución de la riqueza, y nos salieron al paso las agencias de calificación y los mercados...
Desde la quiebra de la revista “Play Lady”, allá por finales de los 70, ya no hay nada que me ponga.

1 comentario:

Unknown dijo...

Pocos blog como el tuyo. Me lo paso estupendamente leyéndote!!!!

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