viernes, 5 de febrero de 2010

BURÓCRATA ENCALLADO EN LA ARENA
El colosal porte del burócrata encallado esta mañana en las arenas de El Rinconcillo ha sumido en el estupor a los residentes y hosteleros avecindados en este extremo de la Bahía. Una conducta muy natural si se ha de creer a la Capitanía Marítima, cuyos portavoces han revelado que el burócrata desnortado alcanza los 105 metros de eslora y supera los 7 de calado.

La mañana ha levantado fresca y neblinosa. Nada hace prever el inminente desastre, la desolación causada por aquel inmenso corpachón que, apenas unos minutos más tarde, será presa de sus propias titánicas dimensiones.
Imaginen la escena: El alba, como suele en cada una de sus puntuales comparecencias, saluda familiar y cercano al hermoso tapiz de humos azabaches y cárdenos tejido por las chimeneas de la refinería. Los marineros de los barcos anclados en la Bahía, ataviados con gruesos jerséis de lana rayados, como los que visten los héroes de las novelas náuticas, reciben entusiasmados el nuevo día apoyados sobre las amuras mientras trasiegan combustible de un buque a otro, y tal es el desenfado y la gracia natural con los que se conducen estos viejos lobos de mar que, enfrascados en las francachelas y las bromas, no advierten que la manguera se ha desprendido y en esos momentos vierte un líquido oscuro y aceitoso sobre el agua. El viento ulula, la espuma de las olas festonea la superficie del mar como un encaje antiguo. El traficante de hachís ríe al sol, que a esas horas comienza a ejercer su benefactor influjo, antes de virar en redondo, advertido del error al que le han inducido las instrucciones del GPS de segunda mano. Agita los brazos frente al astro rey mientras se despide con entusiasmo pueril para, concentrado ya en sus quehaceres profesionales, poner proa rumbo a Punta Carnero, donde se le aguarda con impaciencia.
Nada advierte de la tragedia inmediata.
De improviso, como una cabalgadura que ha perdido el bocado y galopa sin control en dirección a una multitud despavorida, el corpulento burócrata se precipita contra la orilla en una singladura breve y alborotada. Ocurre el desastre. La papada del burócrata hiende la arena sin remisión. Tal es la violencia de la colisión que, a consecuencia del terrible impacto, el carné del partido, asegurado en el bolsillo superior de la camisa, acabará siendo hallado por los agentes de la Policía Local a apenas una decena de metros de Casa Bernardo.
El burócrata es un hombre de atildado aspecto que luce un aseado corte de pelo. Un grueso anillo le ciñe prieto el dedo anular. La joya fue un regalo de la agrupación de Villaluenga del Rosario con motivo de sus veinticinco años de militancia en el partido.
Las autoridades no se demoran. El consejero del ramo hace acto de presencia en la playa, cegado por los flashes inmisericordes de los fotógrafos. El señor consejero comparece acompañado del subdelegado del Gobierno, el Ilustrísimo señor alcalde, el concejal de medioambiente, el secretario general del partido en la localidad, un par de delegadas provinciales, seis asesores de la Mancomunidad de Municipios y una señorita, joven y pizpireta, cuñada del señor subdelegado, a quien todos auguran una brillante carrera política, pronóstico avalado por un currículo en el que figuran un máster en desarrollo personal y liderazgo, media docena de cursos de formación ocupacional y un cursillo prematrimonial.
El burócrata, reconfortado por tan amena compaña, sosiega el ánimo. Organiza una improvisada recepción de bienvenida, obligando a la tripulación a formar marcial sobre su costillar. Entre la marinería se yergue orgulloso el pabellón del burócrata. Huelga decir que se trata de una bandera de conveniencia.

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