jueves, 21 de enero de 2010

VIAJE POR EL ATLAS
Ocurre a menudo que en el acto de sostener el atlas entre las manos uno de nuestros dedos pulgares oculta a la vista un archipiélago integrado por una miríada de islas, o una península de mediano tamaño, o un estuario donde desemboca un río caudalosísimo. Si, lejos de poseer unas manos delicadas y ebúrneas, somos propietarios de unos dedos de natural “porrúos”, no ha de descartarse que bajo la yema del dedo gordo puedan llegar a quedar sepultados vastos desiertos, federaciones de repúblicas completas e, incluso, algún que otro casquete polar.

Quizás, sin premeditación y ni tan siquiera advertirlo, esta mañana usted haya desterrado del mapa la República Democrática de Santo Tomé y Príncipe.
Las tazas de café son también causa de tremendas catástrofes cartográficas, tal y como ya hemos indicado que ocurre con los dedos pulgares, ya sean éstos “porrúos” o estilizados cual husos. El cerco húmedo impreso por la taza sobre la satinada superficie del papel puede causar la desaparición de la capital de un estado, embozada bajo el trazo marrón del capuchino. Estaba allí y ya no está. Las consecuencias de tamaña imprudencia quedarán pronto evidenciadas en la intranquilidad de la población, desposeída de la referencia fundamental de una ciudad en la que situar la sede de su gobierno, en la caída de los principales valores bursátiles del país en el extranjero, en el descrédito y la ruina de un estado cuyas expectativas de desarrollo económico eran extraordinarias antes de que aquella mil veces maldita taza de café dejara su huella sobre la más importante concentración urbana de la nación.
Muchísimo más aterrador, en lo que a magnitud del desastre y confusión generada se refiere, resulta la incontinencia del lector de atlas incapaz de abortar un estornudo en el preciso momento en que se procede a la consulta de los mapas correspondientes a la Europa septentrional. Centenares, quizás miles, de diminutos mares interiores, lagos, canales y humedales se distribuyen dispersos sobre la representación del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, pintada con vivos colores violetas. La estupefacción de la comunidad internacional es recogida en los editoriales de los principales diarios europeos, cuyos directores manifiestan en declaraciones públicas la inquietud que asalta a Van Rompuy y al grueso de los gobernantes de la Unión Europea, incapaces de evaluar el impacto que sobre el viejo continente, y en particular sobre su equilibrio medioambiental, tendrá ese brutal incremento de reservas hídricas que, de norte a sur y de la noche a la mañana, albergan los predios de Su Majestad Isabel II. Londres como Venecia, y habría bastado un sobre de Frenadol para evitarlo.
Una mancha de tinta hurta millones de hectómetros cúbicos al caudal del Amazonas. La impericia en el trasiego de las hojas rasga el papel y, con ello, se abre una sima infranqueable que escinde de manera inevitable y fatal un territorio hasta entonces próspero y cohesionado por una misma idea nacional. La quemadura de un cigarrillo abre un cráter humeante que se lleva consigo Papúa Nueva Guinea e Indonesia. La inestabilidad de un vaso de rioja alavesa de crianza convierte en una pasta informe el Cono Sur americano.
Tomamos el atlas entre las dos manos y dedicamos un momento a contemplar nuestros dedos pulgares, situados a izquierda y derecha, descansados sobre el volumen, articulados en sus dos falanges, con sus uñas más o menos saneadas y sus cutículas… Miramos los dedos y recordamos que, quizá, debajo de alguno de ellos se encuentre una porción de tierra a la que, por incuria o indiferencia, hemos condenado al olvido. Levantamos el dedo y comprobamos que, según nos maliciábamos, efectivamente, allí estaba Haití.

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