viernes, 8 de enero de 2010

EL PENSAMIENTO VISCOLÁSTICO
El mundo inanimado proporciona numerosas enseñanzas al observador paciente. La muerte de los objetos, urdida por la implacable devastación de las termitas, las úlceras de la humedad o una caída súbita y fatal desde el anaquel de una estantería, nos priva irremisiblemente de unos maestros admirables. Nadie repara en la sabiduría de las cosas sin vida.

Atienda al estoicismo del perchero, dispuesto en todo momento a soportar lo que le echen; o a la castidad y abstinencia virginal con que adorna su comportamiento moral el tabique medianero, siempre impenetrable; o a la sabia introspección de la lavativa, permanentemente volcada al interior. Pero si he de elegir, si se me sitúa en la disyuntiva de escoger un ejemplo, un modelo, una guía ética de entre todas las cosas y objetos que pueblan el universo conocido, mis inclinaciones me conducirán inevitablemente junto a mi colchón viscolástico.
Darwin desveló la cifra de la evolución del hombre, confió a sus escépticos contemporáneos el secreto de nuestro lejano parentesco con los primates, advirtió del criterio discriminador que impone a nuestra especie el principio de la selección natural. El mundo de la colchonería aguarda todavía a su Darwin, al genio compilador que detalle cómo desde el rudimentario lecho de hojas el colchón ha llegado a alcanzar ese estadio evolutivo superior que representa la introducción del viscolátex en la industria del descanso. El colchón viscolástico viene siendo a la funda estampada repleta de plumas de oca lo que el Homo sapiens sapiens es al Homo neanderthalensis.
El viejo colchón de lana lo desconocía todo de la anatomía que soportaba. Incapaz de acomodarse a las exigencias del durmiente, se dejaba mullir en exceso por la cabeza, que irremisiblemente acababa empotrada en las rejillas del somier, mientras las piernas se elevaban en una contorsión contra natura, todo lo cual redundaba en el consiguiente baldamiento del cuerpo y en el fomento de una sociedad de ciudadanos chepudos, insomnes y malhumorados. El colchón viscolástico conoce al ser humano y a él se adapta en un ejercicio de civilización más propio de una criatura dotada de discernimiento que de un producto de la casa Pikolín. El viscolástico no es el resultado de un acto consciente del Creador, sino el último estadio de un proceso evolutivo exitoso.
Abandónese al regazo del colchón viscolástico y advertirá cómo su carnosa textura adopta el contorno de sus brazos y piernas, cómo su mullida superficie cede levemente al peso de su cráneo, cómo, al cabo, todo su cuerpo se dibuja fielmente en el material maleable hasta quedar preñado en él como en el claustro materno.
Las incuestionables ventajas que confiere la naturaleza viscolástica no han de escapar al escrutinio público. Considérenlo con detenimiento. Lo que resulta bueno para un colchón, ¿cómo no ha de serlo para una criatura ennoblecida por el don de la razón y el regalo del libre albedrío? Si un colchón puede ser viscolástico, ¿qué ha de impedir que un ser humano también lo sea?
Adhiérase al pensamiento viscolástico, una novedosa modalidad de práctica racional que usted podrá ejercitar con tan sólo adaptar sus principios y pareceres propios, si es que tuviere alguno, a la silueta, peso y presión de las ideas que deparan mayores beneficios materiales. Deje que esa idea ajena que tanto conviene a su cuenta corriente, a su ascenso en la empresa o a su carrera política huelle sus meninges. Adopte una visión viscolástica de la existencia, sosiegue su conciencia con un pensamiento moldeable, de ésos que se ajustan al usuario, perfilado, sin grumos ni aristas. Viva una vida de colchón, regalada y muelle.
Tenemos mucho que aprender de los objetos inanimados.

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