viernes, 11 de diciembre de 2009

LA BISNIETA DE LUCAS TIPPLER
Los lugareños de algunas regiones de Rumanía no se fían de sus muertos. Al cobijo que procuran las noches sin luna, partidas de aldeanos patrullan los caminos en busca de los enterramientos donde se ha sepultado a los muertos recientes. Las inspecciones suelen ser rutinarias pero no por ello menos minuciosas. La presencia de cuajarones de sangre coagulada en la comisura de los labios es uno de los indicios que permite descubrir si el difunto ha sido emponzoñado con el tósigo del vampiro o muerto viviente. Los habitantes de estas recónditas tierras de Centroeuropa, donde la infestación vampírica llega a resultar incontenible durante las estaciones más sombrías, saben que no se puede confiar en un cadáver que ha devorado su sudario. La caza del vampiro es una ocupación que requiere no pocos conocimientos.
Una vez que el cuerpo exánime del finado ha sido identificado sin género de duda como el de un genuino vampiro, la tradición y la preservación de la salud pública obligan a atravesarle el ombligo con una estaca afilada, a separarle la cabeza del tronco de un tajo firme y a extraer el corazón del pecho para incinerarlo y aventar sus cenizas en el río más próximo.
Estos rituales fueron documentados a finales del siglo XIX por el viajero irlandés Lucas Tippler. Su obra “Viajes de un traficante de alcoholes por Valaquia y Transilvania”, publicada en 1896, narra con abundancia de pormenores el singular caso de Nicolae Vlasceanu, el único vampiro del que se ha registrado testimonio fidedigno. Según cuenta Tippler, una gélida noche de invierno, después de una agotadora jornada de viaje a través de los Cárpatos transilvanos, arribó a una pequeña posada donde resolvió pernoctar y saciar su hambre y su sed, grandes como largo había sido el camino. Allí, en una mesa apartada, un sujeto descomunal de piel blanquísima trasegaba jarro de vino tras jarro de vino. Era Vlasceanu. Finalmente, venciendo el recelo y el temor que tan colosal figura le despertaban, Tippler se aproximó a la mesa del vampiro y, ante el estupor del resto de parroquianos, entabló conversación. Las palabras de Vlasceanu, las únicas que Tippler transcribió literalmente en su libro, figuran en todos los manuales de vampirología y otros textos especializados. “Cuando descubrí que existía vida más allá de la muerte, decidí pasar más tiempo en la taberna”, confesó Vlasceanu, entre hipidos y eructos.
Alice Boiled-Tippler, bisnieta del viejo Tippler y continuadora de su fascinante trabajo, ha sido la coordinadora del curso “Vampiros al relente del Estrecho: Orígenes y leyendas”, una de las citas más apasionantes de cuantas ha ofrecido el programa de los XIV Cursos de Otoño de la Universidad de Cádiz en Algeciras. Las confesiones más reveladoras de la especialista irlandesa no se dejaron oír, sin embargo, en el estrado de los ponentes. Inmune a los efectos desestabilizadores del orujo del Valle de Liébana, la Boiled-Tippler desveló en confidencias de sobremesa el alcance de la influencia subrepticia que los no-muertos mantienen en las esferas donde se ejerce el auténtico poder. “Miren a su alrededor –exponía mientras se aferraba a la barra del restaurante para mantener la verticalidad- Concejales, afamados sindicalistas, presidentes de asociaciones vecinales, activistas de organizaciones humanitarias… ¿No se han dado cuenta? El tiempo transcurre, pero ellos siempre son los mismos, las mismas caras inasequibles a los estragos del tiempo, los mismos seres en los mismos lugares. Piénsenlo”.
Un silencio hosco y expectante paralizó al pequeño auditorio reunido en torno a la irlandesa. Una desazón que se tornó auténtico espanto cuando advertimos cómo, mientras saludaba a las autoridades locales, la Boiled-Tippler apretaba en su mano izquierda un pequeño crucifijo ensartado en una cabeza de ajo.

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