viernes, 23 de octubre de 2009

UN CATÓLICO INDIGNADO
Una excomunión como mandan los cánones, su sesión de tortura en las mazmorras de la Santa Inquisición y a expiar las culpas achicharrándose en la pira. Así arreglábamos las cosas en aquellos tiempos, para nuestra desgracia lejanos, en los que el dogma no se discutía, la licuefacción de la sangre coagulada de los mártires era espectáculo habitual en las parroquias y había temor de Dios. Un hereje era un tipo sombrío, taimado, frecuentador de aquelarres y otros conciliábulos en los que se citaba a Satanás y a una buena porción de almas condenadas. Y si el hereje, además de hereje, nació inglés, hijo de esa tierra de descreídos amante del roast-beef, las cookies de mantequilla y el cricket, entonces, precisamente entonces, la ira del Creador se tornaba incontenible.
Que las cosas han cambiado, que ya no somos lo que éramos, que la herejía, la apostasía y el satanismo ya no merecen la reprobación urbi et orbi de la iglesia verdadera resulta notorio. El más burdo materialismo emponzoña las almas que otrora alimentaron con su torrente prístino y cristalino el manantial de la fe auténtica, aquélla que jamás se pervierte. Todo, incluidos los más delicados sentimientos, resulta susceptible de ser tasado en el mercado.
El ABC lo ha publicado: el Vaticano anuncia su intención de dar cobijo a un millar de pastores anglicanos descontentos con la deriva que el Arzobispo de Canterbury ha marcado para la iglesia de Inglaterra. ¡Una manga de herejes, británicos por más señas, en el seno de la Santa Iglesia Católica!
Habrá quien sostenga que un sacerdote anglicano contrario a la ordenación de mujeres y homosexuales no podrá hallar mejor cobijo que el que le proporciona la iglesia de Roma, tan poco dada a manifestar compasión por las instigadoras del pecado original y por los sodomitas. Y quizá tengan razón. Pero esto de la fe no es cosa de chalaneo, que quien se acuesta protestante debe levantarse protestante, que tiene que existir un orden, una decencia, una vergüenza torera, que sí, que Dios en todas las casas, pero cada uno en la suya, que ésta es la de Tócame Roque, un escándalo, un contradiós…
Ya hemos abierto las puertas a una sarta de curas fornicadores, acostumbrados a dejarse acompañar por sus señoras en las recepciones de la parroquia, padres de pequeñas criaturas que deambularán por el redil del catolicismo señalados con el estigma de haber nacido hijos del cura. ¿Qué será lo próximo? Quizás la curia vaticana esté considerando en este mismo instante la posibilidad de ofrecer acogimiento al clero más crítico del Palmar de Troya. O, por qué no, quiera tentar a los antiguos concejales socialistas de Benidorm con una canonjía rentable, ahora que ya no los quieren en el partido por tránsfugas e indisciplinados. O, yendo más allá, proponer a El Bigotes y a Ric Costa, denostados por los suyos, para los obispados de Barbastro y Sigüenza, respectivamente.
Llámenme antiguo, pero con Pablo VI algo así jamás habría sucedido. La feligresía se gana por la abundancia de corazón y la prodigalidad del gesto, no por cálculo y codicia. Resulta de todo punto inaceptable dejar paso franco a quienes, consigo, traen ideas y comportamientos que siempre hemos censurado, a quienes jamás creyeron en lo que nosotros siempre creímos. Es como si un partido político, con el único propósito de mejorar sus resultados electorales, aceptara entre sus filas a aquél a quien en el pasado criticó por deshonesto, inmoral e inclinado al latrocinio y al pillaje. ¿Se lo imaginan? ¿Una formación concebida para defender los intereses generales actuando con la sola y espuria intención de fortalecer la organización aun a expensas de socavar sus propios principios, de estafar a sus votantes, de propiciar lo que no es sino un fraude colosal? ¿A que no pueden imaginárselo?
Que Dios nos guíe.

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