viernes, 16 de octubre de 2009

EL PUNTO DE VISTA
El resultado de un bajante perforado por la corrosión o la manifestación de la divinidad y sus potencias: la fe, como tantas otras cosas, no es sino un punto de vista. El peritaje de un fontanero experto y desprejuiciado puede dar al traste con la magnificencia del dogma y el crédito de una religión. “Es una mancha de humedad, y, bajo mi modesto punto de vista, guarda mayor semejanza con César Pérez de Tudela que con el Divino Redentor”.
El rostro de Nuestro Señor Jesucristo se ha asomado a las paredes de la catedral de Gibraltar sin permiso del Arzobispo de Canterbury, quien ha debido de ver en esta aparición una intromisión intolerable del bando católico, el indicio primero e indiscutible de una conspiración urdida a pachas entre Roma y el gobierno de España para promover una santa cruzada cuyo último propósito no es otro que el de hurtar el Peñón a H. M. Elizabeth II. “O eso, o una mancha de humedad”, replica nuestro fontanero a la máxima autoridad de la iglesia anglicana.
Ya sea debido a un servicio de mantenimiento negligente, ya al deseo del Todopoderoso por mostrarse a través de su hijo ante sus criaturas, lo cierto es que no cabe esperar un acuerdo al respecto. Los fontaneros y los católicos son sectas enfrentadas desde el principio de los tiempos.
La adopción de un punto de vista congruente con nuestros deseos y expectativas resulta condición indispensable para la felicidad. Un creyente que en lugar de rostros ensangrentados de cristos viera tan sólo manchas de humedad, estaría eligiendo un punto de vista inadecuado. Situaciones como la de este hombre de fe al que aludimos no suelen darse habitualmente, gracias a Dios. Lo usual es que cada uno vea lo que quiere ver. Esta estrategia vital nos permite reafirmarnos en nuestras convicciones y escapar de la melancolía.
Admiren ustedes al señor Mariano Rajoy quien hasta hace no mucho no veía en el caso “Gürtel” sino la malevolencia de una casta infame de policías, jueces y fiscales confabulados para socavar la buena imagen y la honra de los dirigentes populares valencianos. El punto de vista escogido por el señor Rajoy le congraciaba con la existencia y con su firme convicción de que si los buenos están en algún lado, ése es nuestro lado.
Y así vivimos, confiados en que el mundo es según lo miramos. Cada cual tiene su punto de vista, aquél desde el cual hace acopio de certezas. Quien se mira al espejo advierte que convive con el reflejo de un ser humano apuesto, fibroso y con un cabello abundante y vigoroso, la envidia de cualquier tricólogo.
El secretario general del Partido Popular vio la mancha pero no advirtió la suciedad del pigmento con el cual se dibujaban los cercos que la delimitaban. Rajoy anduvo persuadido de encontrarse ante un retrato afortunado y favorecedor de su amigo Paco Camps, hermoseado, en un segundo plano, por la galana figura de Ric Costa emulando en pose y afectación a Gunilla von Bismarck. El tufo a humedad ha acabado por cambiarle el punto de vista, con la consiguiente frustración y padecimientos.
Los fieles católicos gibraltareños se hallan plenamente convencidos de que lo sucedido en su catedral constituye un episodio milagroso que el Vaticano hará bien en considerar. Ninguno de ellos duda del carácter genuino ni del origen escatológico de la santa faz que ha venido a encaramarse a las paredes de su templo. A mí, en ocasiones, me ocurre algo parecido. Yo también veo caras. Miro a mi país, desde mi particular punto de vista, y, en lugar organizaciones políticas inspiradas en la satisfacción del interés general, advierto una mancha grande, turbia y viscosa que, observada desde muy cerca, parece delinear la silueta de El Bigotes. O es eso, o es la humedad.

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