lunes, 17 de agosto de 2009

EL TÉCNICO
¿Qué es un técnico? Según el uso más común del término en el ámbito de la política y la administración, un técnico es un perito en cuya nómina, junto a los haberes, la antigüedad y la retención del IRPF, figura la leyenda “categoría: técnico”. Esta es una de las grandes aportaciones de los españoles en el terreno de las teorías sobre la organización del trabajo. Los gestores de la cosa pública en nuestro país son coherentes con este modo de entender el concepto. Para ellos no hay diferencia sustancial alguna entre Von Braun, el padre de la expedición que llevó a la Luna al ser humano, y Genaro, el empleado municipal que poda los helechos de las rotondas y los parterres. Ambos son, sin duda, técnicos.
Desde este punto de vista, la condición de técnico no es sino una prueba palmaria de que, tal y como consagró la Revolución Francesa, todos los miembros de nuestra especie son iguales. Todo español, sin distinción de sexo, raza, religión u opinión puede acabar convirtiéndose, a poco empeño que ponga en ello, en un reputado técnico.
Debemos a las privilegiadas cabezas de los revolucionarios franceses una porción de las ideas que todavía hoy empleamos para organizar nuestras sociedades. Esas cabezas, durante el tiempo que consiguieron mantenerse sobre sus respectivos hombros, no cesaron de alumbrar ideas nacidas para el engrandecimiento moral de los hombres. Los revolucionarios se dejaron arrebatar por el sabor ferruginoso de la sangre y, una vez rebanados los pescuezos más conspicuos de la aristocracia, se acomodaron en sus sillones Luis XVI y se pusieron a pensar. Y ya se sabe que el ejercicio físico abre el apetito y excita la actividad intelectual. Nacieron así los principios éticos fundamentales sobre los que aun hoy día encuentra asiento nuestra vieja Europa: la “liberté”, la “fraternité” y la “egalité”.
Cuando el responsable de una administración pública española afirma que un congénere suyo posee la categoría de técnico no se limita a describir un estatus profesional. Aseverar tal cosa supone proclamar, implícita pero no por ello menos evidentemente, que todos los seres humanos somos iguales, que Dios nos dotó a todos, hombres y mujeres, de idéntica dignidad en el acto de la creación, que, en virtud de esta equivalencia, todos estamos capacitados para hacernos acreedores a una doble recompensa: una vida eterna en la cálida compaña de Dios Padre, que habrá de llegar tras la muerte física, y un puestecito como técnico en la administración pública, logro que sólo puede verificarse en el transcurso de nuestra existencia mundana.
Que la condición de técnico es cosa que iguala a los hombres no puede dudarse y, como se ha visto, resulta sencillo de sostener. ¿Qué otra condición distinta a la de técnico equipara de esta manera tan desprejuiciada y generosa a los seres humanos? Esto es algo de sobras conocido en los despachos de los ministerios, las salas de reuniones de las consejerías y los urinarios de los ayuntamientos.
Un técnico, además de todas estas cosas que venimos contando, es el mejor amigo del ministro, el consejero, el concejal. Del mismo modo que las ancianas se escudan tras su avanzada edad para colarse ante la ventanilla de la oficina de la contribución, los gestores públicos suelen aludir a los técnicos para justificar por qué tal cosa se hizo o se dejó de hacer. Eso sí, nunca sabremos si el referido técnico invirtió años de estudios en las más prestigiosas universidades para adquirir su pericia o si, por el contrario, sus capacidades se reducen a vigilar con disposición sabuesa que los perros no defequen bajo el letrero donde se advierte a la ciudadanía de que en aquel lugar se da albergue a un centro la administración local.

No hay comentarios:

Publicar un comentario