martes, 21 de julio de 2009

EL RETRATO DE VICENTA
El tiempo ha tintado de sepia la fotografía. La joven, confinada en un óvalo, sostiene una mirada ausente, premeditada con la complicidad del retratista. La dedicatoria dibuja con trazo inseguro una protocolaria declaración de fidelidad y aprecio. “En prueba del cariño que te profesa tu futura, Málaga, 1910”.
No mucho tiempo después, el destinatario del retrato, enviado como testimonio de un amor cuya expresión sólo se admitía convencional y reglada, escribió con tinta china en el dorso una nota, más propia de un encargado de inventarios que de un enamorado. “Le hablé más de cuatro años y casó en Málaga con un viudo en 1912”. Otro apunte, consignado con los mismos caracteres funcionariales, añade: “Murió a los 26 años de edad, el 20 de junio de 1918”.
Quizás, la frialdad de la necrológica sea la consecuencia inmediata del desengaño padecido por el prometido, víctima de la traición a manos de quien, prefiriéndolo antes que a él, vino a casarse con un viudo en Málaga. O, no hay por qué descartarlo, la vida siempre resultó ingrata con las mujeres, él jamás la amó. No podemos extraer conclusiones categóricas con tan escasos indicios. Pero pudiera ser que el prometido sólo buscara su cercanía movido por el cálculo, deslumbrado por una pingüe fortuna, la de ella, rica heredera, ahora desposeída de sus bienes y hacienda mediante un testamento inesperado por lo cruel, indigno de un padre, cautivado en el declive de su vida por los ojos felinos de una buscona, conchabada con un chulo, cuyas malas artes y ciertos conocimientos de los más básicos principios de la sugestión y la ciencia de Mesmer permitieron la modificación ante notario de la última voluntad del fallecido, un progenitor inconsciente que abandona a su suerte a la sangre de su sangre, abocada a una vida marcada por la privación y la desolación inconsolable que ocasiona saberse despreciada por el propio padre. El prometido conoce la noticia y huye. Ella, en un acto labrado de renuncias, casa con un viudo en 1912. En Málaga.
Esta última hipótesis ha de conducirnos a rectificar alguna de las consideraciones dadas hasta aquí como irrefutables, formuladas con el aval de métodos que se han revelado fructíferos en los ámbitos profesionales consagrados a la investigación y la pesquisa, consideraciones que presentaron como cierta la presunción de que la mirada de la joven no era sino una pose, el resultado de un gesto fingido pactado con el autor de la instantánea, perito en puestas en escena y manejo del magnesio. Bajo esta nueva luz, la que proyecta la narración de la peripecia trágica protagonizada por la joven desheredada y abandonada, habrá de concluirse que los ojos extraviados de Vicenta constituyen una expresión de la pena que le ocupa el alma, y no, como hasta ahora habíamos sostenido, un recurso de fotógrafo, un ardid para conferir al retrato un aire de misterio y elegancia.
El cartón moteado de humedades, marcado en su margen inferior izquierdo con la divisa de la casa de fotografía, Heliodoro Michaux e hijos, no deja traslucir la tragedia personal de Vicenta, seducida y repudiada por un cazador de fortunas, humillada y estafada por su propio padre. Las desdichas particulares exhalan un aliento cálido durante apenas un minuto, y quien lo siente, imagina el dolor y la pérdida ajenas, el infortunio que impulsó a éste a arrebatar una vida o a aquél a llorar sin descansos la muerte de la amada a tan tierna edad. Pasado ese minuto, ese calor fugaz se extingue y, con él, el sufrimiento en el que halla su asiento, dejando en evidencia que al mundo le resultan indiferentes los padecimientos de tantos siglos. Vicenta se ha muerto después de seis años de malhadado matrimonio, víctima de unas fiebres cuya etiología la medicina de la época se confesó incapaz de identificar, presa de terribles convulsiones, rodeada de su familia política y del religioso al que se ha encomendado la tarea de reconfortarla en su último tránsito.
“Murió a los 26 años de edad, el 20 de junio de 1918”, leemos en el dorso antes de ocupar nuestra atención con un nuevo retrato, también dedicado, pero en cuya historia no habremos de detenernos.

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