lunes, 27 de julio de 2009

TEORÍA DEL BOQUETE

Asomamos a través de un boquete, confundidos por la algarabía que nuestra esperada visita ocasiona entre un grupo de desconocidos. Con el tiempo, acabamos de bruces en otro agujero, acompañados, en tan solemne ocasión, por la fanfarria gemebunda de un grupo de señores y señoras ataviados de negro riguroso. La existencia es circular.
Ni el alma ni el intelecto. Lo que distingue a los humanos del resto de las criaturas que pueblan el mundo es su demostrada capacidad para construir civilización sobre los agujeros. Un topo puede escarbar un hoyo profundo, pero esta obra de ingeniería animal carecerá del hálito moral que confiere nuestra especie a sus boquetes. Una ventana es una creación inequívocamente humana y una acabada muestra de cultura.
Neil Armstrong desciende del módulo espacial, pisa la polvorienta superficie lunar, declama para la posteridad su célebre frase sobre los pequeños y los grandes pasos y, tras toda esta liturgia, su instinto ­­­–su humano instinto- le incita a abrir un agujero con el mástil de la bandera a fin de reclamar para los Estados Unidos de América la autoría de tan ciclópea hazaña. Las barras y estrellas ondean almidonadas sobre la pradera yerma del satélite.
Años antes, otro compatriota, el muy honorable Abraham Lincoln, disfruta en el palco de un teatro con la representación de una comedia musical cuando, de entre las cortinas, una mano alevosa emerge para disparar la bala que, décimas de segundo más tarde, taladrará el cráneo del presidente libertador y filántropo. Un orificio en la cabeza más privilegiada de la época. Toda una declaración de intenciones y el acto inaugural de una fructífera tradición homicida fundada en el reprobado hábito de taladrar agujeros en el pellejo ajeno.
La historia de la humanidad está delineada por esa afinidad irracional que el hombre ha sentido siempre hacia los agujeros. Arquímedes dio con su principio mientras se deleitaba con la tibieza de las aguas jabonosas en su bañera. Oscar Wilde escribió sus páginas más dolientes, las que dedicó a su ingrato amante, en una lóbrega celda de la cárcel de Reading. El mismísimo Jesucristo, el hijo de Dios, imaginó el improbable artificio de un camello que se introduce a través del ojo de una aguja. ¿Y qué otra cosa son las bañeras, las celdas y los ojos de aguja sino boquetes?
Venecia, triste y hermosa, es conocida en el orbe todo por sus canales. París, distante y chic, será recordada por siempre como la ciudad de la luz. Las Vegas, verbenera y grandilocuente, celebra ante sus visitantes su condición de capital mundial del juego. Vanos galardones todos ellos si han de compararse con la naturaleza exquisita y elegida de una ciudad que, a centenares de kilómetros de todas éstas, prefirió consagrar su identidad, su naturaleza, su peculiar idiosincrasia a aquello que mejor define a la especie humana. ¡Canales! ¡Luces! ¡Juego! ¡Cuán irrisorias resultan tales distinciones! ¡Qué intrascendentes tales títulos! ¡Cómo palidecen en comparación con las galas que adornan a la modesta pero orgullosa villa de Algeciras, la ciudad de los agujeros!
Recién llegado, creí que todas las perforaciones, todas las zanjas, todas las excavaciones obedecían a un fin utilitarista, tal y como tan burdamente suele suceder en otras latitudes: la construcción de una nueva carretera, la rectificación del acerado, la erección de un edificio imponente. Nada de eso. Los agujeros en Algeciras son una elección ética, una pose del espíritu ante la vanidad de la existencia. Artísticamente, no cabe establecer diferencia alguna entre la belleza lacerante de los textos escritos por Wilde en el presidio y un buen boquete abierto en el centro de la avenida Blas Infante. Meses de trabajos polvorientos e incomodidades, de aceras inutilizadas y vallas que vedan el paso, de martillos neumáticos en atronador concierto, de carteles que demandan el perdón por las molestias y recuerdan que si los operarios trabajan lo hacen para usted… Y todo ello para descubrir, una vez concluidos los trabajos, que todo ha quedado exactamente igual a como estaba antes de empezar. Eso es arte.

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