La buena fama es un asunto de pequeños detalles. Si la Fortuna no lo tiene así dispuesto, ni el mérito, ni los dones de la naturaleza, ni la laboriosidad resultan equipaje suficiente para adquirir un buen nombre. La posteridad sólo recuerda a quienes tuvieron la suerte de cara.Tomemos como ejemplo de esto el caso del sabio Salomón. Este buen hombre, cuya discreción de juicio y perspicacia celebramos aun hoy, ha legado a las generaciones que le sucedieron un modelo de virtud y justo proceder. Salomón, el juez, el insobornable, el incorruptible, aquél a quien no resulta posible burlar. Hemos de conceder que todo el mundo habla bien de este tipo.
Pero lo cierto es que la fama con la que Salomón ha conseguido atravesar la jungla de los siglos es hija del azar. Como señalábamos más arriba, una cuestión de pequeños detalles. Cuenta el Antiguo Testamento que el juez sapientísimo ordenó la vivisección de un niño para contentar a las dos mujeres que reclamaban su maternidad. La sugerencia, inapropiada y carente de tacto en mi modestísima opinión, horrorizó a una de las querellantes quien, persuadida de que aquel sujeto de las barbas era muy capaz de endiñarle un tajo a la tierna criatura, desistió de su reclamación y concedió, a fin de evitar su rebanado, que el infante fuese entregado a su antagonista. Y en esta renuncia supo el sabio Salomón a quién cabía otorgar el título de verdadera madre.
¿Sabiduría? ¿Acendrado sentido de la justicia? ¿Inusual perspicacia? Nada de eso. Si el incidente granjeó a Salomón la fama de hombre prudente fue, de manera única y exclusiva, debido a la suerte o, si usted lo prefiere, a una potra descomunal. Pues, y razone usted conmigo, ¿qué habría sucedido si la buena señora, en lugar de escandalizarse por la solución con la que el juez pretendía poner fin al litigio, hubiera aceptado su parte, esto es, la mitad del bebé en conflicto? “No es mal reparto: me pido las mollejas”, bien pudiera haberse conformado la presunta madre. Si los acontecimientos se hubiesen sucedido de este modo, y como quiera que el hombre es esclavo de sus palabras, Salomón tendría que haber despiezado al chiquillo. Otra cosa le habría condenado a pasar a ojos de sus súbditos por un sujeto pusilánime y le habría hecho acreedor al reproche de todo el reino de Israel.
Véalo desde mi perspectiva. Un pequeño detalle, en este caso, unas cuantas palabras pronunciadas por una mujer anónima, es lo que separa al Salomón ecuánime y ponderado del Salomón infanticida.
Todo lo hasta aquí expuesto concierne, de manera muy particular, a los herederos de Salomón: por su orden, los jueces de Operación Triunfo, los jueces de línea y los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Como nos revela la enseñanza hasta aquí expuesta, la honorabilidad de todos ellos es un asunto de detalle.
Montesquieu, como Salomón, también fue un gran hombre, pese a que jamás se vio en la tesitura de tener que proponer el loncheado de un menor de edad. Su teoría política de la división de poderes ha sido una de las grandes aportaciones del Estado francés a la humanidad, además del francés propiamente dicho. Que la señora madre de Montesquieu hubiese alumbrado o no al pequeño Monty (perdonéseme la irrespetuosidad), y con él, a la teoría de la separación de poderes, es una mera cuestión de detalle.
Esto es algo que tienen muy presente los integrantes del órgano de gobierno de los jueces, a quienes, a lo que parece, se les da una higa si Montesquieu vivió o no lo suficiente como para recomendar la conveniencia de que ejecutivo, legislativo y judicial caminen cada uno por su lado. Tal es el follón en el que se hallan inmersos, tal el alboroto vivido en las sedes del PSOE y el PP, que los jueces no están para tales nimiedades. Tampoco las direcciones de los partidos políticos, atareadas en usurpar las competencias del Parlamento. Una empresa que han conseguido culminar con notable éxito.
El método ideado por el viejo Salomón para la resolución de conflictos, esto es, el corte en juliana, parece tener muy cortos alcances como instrumento para impartir justicia: apenas si sirve para dirimir disputas de maternidad. Aunque, puestos a defendernos, los ciudadanos bien podríamos proponerlo como procedimiento en las deliberaciones del Consejo. Ya que no podemos disfrutar de una justicia decente, al menos facilitemos, vía despedazamiento, la renovación de los órganos que la dirigen.
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