Celedonio no es nombre de héroe nacional.Hay quien cree que el término que se emplea para designar a un ser transfiere a lo designado cualidades morales, atributos físicos o una presencia de ánimo de los que ese ser carecería si fuese abandonado a sus solas fuerzas. Es esto cosa, dicen, que se observa entre los animales. Quizá, el petirrojo no luciría el intenso color bermejo que ilumina su pecho si no hubiese recibido tal nombre. El perezoso, un mamífero de aspecto estrafalario y uñas largas, fue bautizado así para condenarlo a una vida detenida, a una existencia de movimientos morosos y contenidos, como los de un funcionario municipal a mes y medio de la jubilación. ¿Y qué decir del oso hormiguero? Pudiera ser que ese animal desdentado de luengo hocico se deleitase hoy con el consumo de sabrosas carnes rojas y vinos espumosos si no hubiese nacido aquel malintencionado que, con el único propósito de constreñir su dieta, vino a asignarle tan desabrido nombre.
La aplicación de este razonamiento, apoyado como hemos visto en las enseñanzas que nos procura la zoología, bastaría para garantizar a nuestros vástagos una vida dichosa, admirable y de provecho. El cura que deja caer el agua bendecida sobre el yermo cráneo del infante para, a continuación, certificar que el niño portará como gracia la de Kevin no hará sino conducir al pequeño por las sendas que desembocan en el estrellato hollywoodiense. Si, por antojo del padre, el neonato es inscrito en el registro civil con el nombre de João Paulista, no habrá fuerza en el mundo que impida, llegada la edad adulta, su fichaje por el Manchester United. Pero, Celedonio, ¿qué clase de nombre es Celedonio?
Lamento tener que confiarles que el ardid no funciona. Bautizar a un niño horroroso con el nombre de Adonis, Narciso o Miguelbosé Manuel en la vana esperanza de que la fealdad infantil devendrá en belleza apolínea en la madurez no deja de ser un gesto de candidez fruto del amor paternal, pero ineficaz de cualquier modo. Hay quien, a pesar de llamarse Prudencio, no conserva ni un solo punto en su carné de conducir. La vida, por desgracia, es mucho más compleja.
Esta inclinación a creer que el mundo mejora si empleamos los términos adecuados para designarlo es origen de una porción de majaderías que, no por ser colosales, han dejado de hacer fortuna en el lenguaje cotidiano. Vivimos condicionados por un extraño prurito de corrección y un militante desapego a la tradición, siempre vista como cosa superada y vituperable. Una invasión de las de toda la vida, con sus masacres, su toma de prisioneros, su exterminio de la insurgencia, resulta en nuestros tiempos un ejercicio del todo trasnochado. ¿Quién va a dedicarse a invadir cuando puede, como alternativa, promover una guerra preventiva que, aun siendo lo mismo, resulta de lejos una cosa mucho más higiénica, democrática y acorde a la legislación internacional?
Del mismo modo, y en un tono más civil, un cierto esnobismo empuja a creer que, si se trata de recuperar una iglesia románica del siglo XI, donde se ponga una buena puesta en valor que se quiten las anticuadas restauraciones. Poner en valor es cosa fina y distinguida que lo mismo puede usarse para un edificio vetusto apreciado por la dilatada historia de sus piedras que para la reforma de los sanitarios en la casa de su cuñado.
Donde se advierta la presencia de un grupo numeroso de mujeres en manifestación, habrá de afirmarse que compacto avanza el colectivo femenino; si los reunidos son trabajadores del servicio público del taxi, no cabrá duda de que quienes protestan son los integrantes del colectivo del taxi; si quienes se quejan son los pobres de solemnidad, un ciudadano sensible identificará en la concentración al colectivo de personas con riesgo de marginación y exclusión social. La vieja costumbre de llamar a las mujeres, mujeres, a los taxistas, taxistas, y a los pobres, pobres, ha sido inmolada en el altar de los nuevos principios, las mejores intenciones y la propiedad de las formas.
Celedonio, víctima de estos tiempos melindrosos y afectados, quiere renunciar a su nombre de pila para tomar el de Deborah del Carmen. Celedonio no es nombre para una primera vedette del Molino de Barcelona.
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