La señora viuda de Regimbart-Arnoux de Perálvarez y Díaz de Cañada Aloisius Wittensburgh exhibe en la fotografía del dominical una sonrisa suntuosa, cual resulta propio de las de su clase. La viuda de Regimbart-Arnoux, Fefa para su círculo más íntimo, no da puntada sin hilo. La heredera de las bodegas Perálvarez & Sons departe divertida con un selecto y nutrido grupo de contertulios, lo más escogido de la sociedad provincial, cuando, de improviso, la desenfadada conversación se ve interrumpida por la inesperada irrupción del fotógrafo (¡sonrían señores, frunzan la boca las señoras!), y la imagen, ahora animada, se congela para siempre en la página 51 de la sección de sociedad del periódico. Quizás no lo quisiera, pero la señora viuda de Regimbart-Arnoux ha quedado inmortalizada junto al secretario provincial del partido, que reta a la cámara con un gesto felino, más de gato doméstico que de puma americano, con las paletas cabalgando sobre el labio, feliz por codearse con tan grata y adinerada compañía. Ni que decir tiene que la señora ha dado un paso hacia atrás para alejarse del advenedizo que se ríe como un minino capado y al que su difunto esposo odiaba con encono.No se antoja probable (ha de tenerse en cuenta que el difunto falleció devorado por un cocodrilo cuyo inoportuno apetito fastidió el safari familiar por Kenia), pero en el hipotético caso de que el desaparecido Genoveno Regimbart-Arnoux de Perálvarez y Díaz de Cañada Aloisius Wittensburgh hubiese levantado la cabeza, habría expresado su más subyugada admiración por la sencilla elegancia con la que su esposa, hoy viuda, luce ese bello par de zapatos de piel de saurio, alarde de distinción y, al mismo tiempo, acto de venganza no desprovisto de lirismo.
La señora, incómoda por la cercanía del político domesticado, se procura la vecindad del propietario del periódico de cabecera en la provincia, un joven hacia el que profesa el mayor aprecio y unas sórdidas inclinaciones, impropias de una mujer que se halla más allá del climaterio. Ataviado con un blazer azul marino de botonadura dorada, pantalón blanco y zapatos náuticos, diríase que el empresario periodístico no es ajeno a la lascivia de la provecta viuda, pues, si se observa con atención, se verá cómo cada uno de sus ojos se orienta en distinta dirección, componiendo una mirada confusa y cruzada que bien pudiera ser atribuida a una satisfacción clandestina de índole sexual. Nada de eso se da en este caso, sin embargo. No es éxtasis orgasmático lo que reflejan los ojos del propietario del periódico diario sino una enfermedad que arrastra desde niño, a la que el vulgo llama bizquera y la alta sociedad, más compasiva, estrabismo.
Más allá, en uno de los extremos de la foto, pugnan en virilidad y apostura el presidente del Buenavista Club de Golf y el afamado médico Poyatos Pichardo, personaje paradójico éste último donde los haya pues ha de hacerse notar que, contra lo que pudieran sugerir sus apellidos, el doctor no se cuenta en la nómina de los urólogos eminentes sino que debe su reputación a sus hallazgos en el ámbito de la cardiología.
Los asistentes no podrían aseverar con certeza si los fondos recaudados durante el ágape serán destinados a la financiación de un hospital de primera atención en una aldea tanzana, al presupuesto para la construcción en Sanlúcar de Barrameda de un centro cultural de amistad armenio-gaditano o a sufragar la fianza de un concejal detenido por prevaricación y cohecho. Lo único que inquieta a Fefa, viuda de Regimbart-Arnoux, es que los manojos de patas de gallo que se aferran obstinados a los extremos del ojo no resulten visibles en la fotografía, para lo cual no duda en abrir con desmesura los párpados como haría una brótola espantada por un exhibicionista.
La fiesta ha sido un éxito, tal y como revela el texto que acompaña las instantáneas publicadas en el periódico dominical. La señora viuda de Regimbart-Arnoux de Perálvarez y Díaz de Cañada Aloisius Wittensburgh alega que debe marcharse, que se le ha hecho tarde, que el servicio está de día libre, que para mañana, muy temprano, espera la visita de sus nietos Keka y Rosauro, de vacaciones una vez concluido el curso en el internado de Ginebra. Disimulando el desprecio, Fefa se deja besar en la mejilla por el secretario provincial del partido, quien, alarmado por la profundidad de la prospección, no oculta su aprensión ante la evidencia de que sus labios grosezuelos han penetrado hasta diez centímetros en el maquillaje de la reputada bodeguera.
Tenemos que hacer más vida social, le sugiero a mi esposa.
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