miércoles, 21 de mayo de 2008

Las últimas voluntades

Si, tras mi muerte, alguien husmea entre mis legajos, podrá encontrar el documento que detalla mis últimas voluntades. Mi cuñada – que no otro será quien se atreva a hurgar entre los papeles de un difunto- obtendrá como recompensa a su curiosidad la lectura de un testimonio que, dado su alcance y gravedad, jamás me atreví a compartir en vida. Léase el presente testamento con el respeto y la reverencia debidos a quien en un futuro, quizás no tan lejano como usted imagina, se convertirá en su vecino de camposanto. Vamos a ello:
“Yo, Agapito Terruño, a cuatro palmos de la línea de meta y en posesión de todas mis facultades mentales –las físicas que más diversión me proporcionaban las extravié hace tiempo-, declaro mi irrevocable voluntad de renunciar a la nacionalidad española y adquirir, quid pro quo, la condición de ciudadano turkmenistaní.
Quien quiera entender mi desistimiento como una traición (ya sea a la patria como unidad de destino en lo universal, ya a la hacienda pública que se verá privada de mis aportaciones) advertirá, si ocupa un par de minutos en una reflexión detenida y sosegada, que no hay tal. Comprenderá usted que esta resolución mía no ha resultado fácil de adoptar, particularmente para alguien que en su tierna infancia espesó su sangre con ciclópeos bocadillos de chorizo Revilla, ininteligibles mensajes navideños de Su Excelencia el Generalísimo y programas concurso de televisión conducidos por Torrebruno y María Luisa Seco. ¿No son éstas credenciales suficientes para acreditar mi españolidad?
Soy tan español como el que más, pero no me han dejado alternativa. Transitaré a la otra esfera, donde las almas vagan evanescentes, hacia el lugar donde ya no se padece, allí donde se acaba la jurisdicción del BBVA para imponer comisiones, transitaré, digo, con el carné de la República de Turkmenistán aferrado entre los dientes. ¿Por qué? Las razones son variadas y numerosas, pero espigaré un ramillete de ellas para usted. Podría alegar en mi favor las bellezas cautivadoras de los ríos que atraviesan la patria turkmenistaní – el caudaloso Amu Daria, el embravecido Atrak, el cristalino Murgab-, la serenidad del Caspio oteado desde la bahía de Krasnovodsk, la vanidad implacable del desierto de Karakum, la solemnidad de la cordillera de Kopet Dag. Pero, más allá de lo que pueda leer en el atlas enciclopédico Salvat, bastará con que le detalle algunas de las ventajas que, a mi juicio, ofrece Turkmenistán sobre España:
1) Turkmenistán es uno de los estados más dictatoriales y represivos del mundo: allí nunca se daría una abstención del 64 por ciento en un referéndum; 2) este su carácter de dictadura implacable y la vigencia de la abominable práctica de la tortura harían imposible que camparan a sus anchas gentes como Belén Esteban, Paquirrín, Paquita Rico o el irritante presentador de las noticias de las ocho y media en Canal Sur, y 3) le invito a recorrer toda la campiña de Turkmenistán, a sondear sus ríos, a allanar sus domicilios, a peinar sus redes de alcantarillado…en Turkmenistán no encontrará ni rastro de Zaplana ni de Pepiño Blanco. Esta última consideración ha resultado definitiva para arrojarme a los brazos de la patria turkmenistaní. Seguro que usted lo entiende.
En la confianza de que se dé cumplida respuesta a mis deseos, en estos momentos próximos a mi hálito postrero, con la letrilla de la célebre copla que asoma a mis labios proclamo que de Turkmenistán vengo, soy turkmenistaní/ y mi cara serrana lo va diciendo (bis)/ que he nacido en Turkmenistán, por donde voy”.

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