miércoles, 21 de mayo de 2008

Igualito que los grillos

Ni siquiera sabía que existiesen, ni mucho menos que pudieran llegar a ser tan cabronazos. Los entomólogos los llaman grillos mormones, y parece ser que cultivan el nutritivo hábito de comerse los unos a los otros. Según leo, estos voraces bichitos se desplazan en bandadas que extienden su presencia a lo largo de decenas de kilómetros. Unos quitinosos tipos que practican la inquietante afición de merendarse al prójimo con un nobilísimo propósito: el de propiciar el progreso de la comunidad. Pues es la cosa que mientras unos corren para zamparse a los que les preceden, los otros lo hacen para evitar que los que vienen por detrás se los papeen. Y así, por una cosa o por otra, el grupo avanza.
Bien mirado, todo esto tiene un qué sé yo de lirismo trágico. Qué se puede decir si no de una sociedad cuyo progreso está fiado al interés que tienen sus miembros por manducarse al vecino. Aun así, tengo para mí que estos grillos mormones han urdido un mecanismo para regular la vida social que resulta digno de encomio. Sé que algunos no podrán vencer la repugnancia que les producirá mi sugerencia pero, pese a ello, me atreveré a proponerlo: imitemos a estos bichos.
No se detenga en consideraciones morales que no son sino un escollo en el camino de la empresa civilizadora de la humanidad. Sopese los innumerables beneficios que procura el sistema. Que un asalariado no alcanza el rendimiento productivo ansiado por la empresa, pues llega el director de recursos humanos y se lo merienda. Que un amante no cubre el cupo mensual de cópulas que se estima exigibles a un varón en edad fértil, pues viene su partenaire y se lo jama. Que un candidato no reúne el número de votos preciso para ocupar un escaño en el Congreso, pues se presenta el secretario general del partido y lo devora.
Pero, quite, quite, no intente persuadirme de que el proyecto que aquí expongo conseguirá imponerse sin orillar la resistencia titánica que, sin duda, opondrán los sectores más reaccionarios. Sé bien que el enemigo es poderoso: ese mismo hatajo de mojigatos que históricamente ha opuesto todo tipo de obstáculos al progreso de los países. “Comernos los unos a los otros, ¡qué atrocidad!”, se quejarán pusilánimes estos bárbaros en sus trasnochados cenáculos. Pues bien, yo digo: si queréis un futuro preñado de esperanzas y promesas, si aspiráis a construir una sociedad más justa y distributiva, si anheláis la perfección y la bondad supremas, entonces habréis de comeros los unos a los otros. No se puede ser tan tiquismiquis. ¡A la justicia social por la antropofagia!
Créame, una vez que se degustan las mieles del canibalismo social, el apetito de muslo de conciudadano jamás se ve saciado. Además, y justo será recordarlo, está en nuestra naturaleza. ¿O es que usted nunca ha sido seducido por la tentación de saborear las carnes correosas de un cuñado particularmente entrometido? ¿Me dirá que nunca sintió en lo más íntimo una pulsión irrefrenable que le empujaba a someter a dentelladas al funcionario de la recaudación municipal que, tras varias horas de cola, le advirtió de que el formulario no estaba debidamente cumplimentado?
Reflexione acerca de estas cosas, y no deje que prejuicios superados por el devenir de los tiempos le condicionen.
Además, por si todas las razones aquí expuestas resultaran insuficientes, piense que estará rindiendo un impagable servicio a la patria. Si acepta mi plan, ningún informe PISA podrá volver a sumir a España en la ignominia, el escarnio y el descrédito que acompañan a la certeza de que nuestros compatriotas más jóvenes son una manga de mastuerzos irrecuperables. Que un usuario de nuestro sistema educativo confiesa que no entiende lo que lee, pues para eso están los docentes. Para comérselo.

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