miércoles, 21 de mayo de 2008

Siempre ha sido así

Siempre ha sido así. Desde que el mundo es mundo, esta cosa mustia que es el hombre se ha conducido del mismo modo. Ha creído de buen tono mantener cierta reserva en lo tocante a sus más primitivas pulsiones y sus instintos más innobles. No seré yo quien se oponga a que esto haya de ser así, y me encuentro incluso dispuesto a aceptar que resulta de dudoso gusto incomodar a una señora con la inoportuna confesión de que uno ha inhumado en el jardín trasero de casa los cadáveres frescos y despiezados de media docena de adorables ancianitas viudas. Somos seres sociales, condición que nos obliga a comportarnos con corrección y a no ventosear en público.
El fingimiento es uno de los rasgos definitorios de nuestra especie, una precaución que ha garantizado nuestra supervivencia desde que descendimos del árbol para echar un vistazo por los alrededores. Los evolucionistas acuñaron el principio según el cual sólo sale adelante quien consigue adaptarse. Quizás nosotros mintamos con el mismo propósito que guía a los camaleones a mudar de color ante la presencia de un depredador. La vida es una jungla.
Más allá de esta impostura, que la misma existencia reclama, pervive otra categoría de hipocresía pública más burda, más boba, más superflua. Quién no ha contemplado en alguna ocasión los rostros contritos de los asistentes a un acto solidario con las mujeres violentadas por los hombres, o con los niños famélicos del África, o con los cetáceos amenazados por las flotas balleneras del Japón, o con las víctimas de terribles e incurables enfermedades, o con los avisados hombres de ciencia que nos advierten del riesgo cierto de que los polos se derritan. Si uno conversara apenas unos minutos con estas buenas gentes notaría que, probablemente, no pueden jurar si las violentadas son las ballenas o si quienes pasan hambre son los hombres de ciencia. Alguno llegará a preguntarse si lo que se está deshelando no será Kenia.
Los poderes públicos se ocupan de que no falten las oportunidades para lucir comprometido con las desdichas del mundo. Puede que uno no haya movido jamás un dedo por mejorar las condiciones de vida de los miserables de la Tierra o para evitar que el planeta se recaliente como el café de una pensión de tercera. Aun así, siempre hallará la complicidad de los gobiernos, ya sean estatales, regionales o locales, que le proporcionarán el escenario adecuado para mostrarse conmovido por el dolor ajeno ante sus conciudadanos.
Muchas de estas performances solidarias han acabado por convertirse en un fin en sí mismas. No son pocos los esfuerzos invertidos en la producción de folletos, llaveros y mecheros que dan cuenta de la tragedia que asuela a tal o cual país de un continente olvidado; lo más granado de la sociedad local se da cita en los lujosos salones de los hoteles para promover el reproche público hacia tal o cual conducta social inequívocamente deplorable; interminables seminarios abordan las distintas estrategias de las que sería necesario valerse para responder con eficacia a tal o cual emergencia humana. Y no estarían mal tales prevenciones si no fuera porque el impulso alcanza exactamente hasta aquí, y no va más allá. Poco más que un telediario en el que el ministro/consejero/concejal posa para la cámara y anuncia que la firme determinación de su gobierno no es otra que la de promover nuevas iniciativas para poner fin al problema, la primera de las cuales será la organización de un gran foro de debate.
Todo esto recuerda al enfermo quien, moribundo, contempla a su alrededor el trasiego de médicos y enfermeras que forman corrillo e intercambian impresiones animadamente a propósito del tratamiento que mejor se acomoda a la total recuperación del paciente. Charlan, entran y salen de la habitación, hacen aspavientos, pero ninguno proporciona al doliente ni una mísera aspirina. Así, hasta que uno de los doctores advierte que nuestro hombre acaba de fallecer. “Si se ha muerto, es que las cosas han empeorado”, confía el médico a sus colegas, quienes, atribulados, recomiendan una nueva reunión para evaluar el actual estado de la cuestión.

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