Él es omnipotente, omnisciente, infinitamente justo y misericordioso, eterno e inmutable, y yo apenas si poseo una licenciatura universitaria, un cursillo de la federación española de salvamento y socorrismo y una cuestionable habilidad en el manejo del Google. Aun así, y en el ejercicio de una crítica que pretende ser constructiva, osaré afirmar, contra el dictamen de teósofos, místicos e iluminados, que esto de la Creación es una cosa bien imperfecta. Manifiestamente mejorable.
No estoy familiarizado con los argumentos teológicos. No soy, tampoco, lo que se dice un exegeta de las Sagradas Escrituras. Me gustaría poder envanecerme de que el Génesis no guarda secretos para mí, pero ni tan siquiera esto es cierto. Con todo, y siendo consciente de esta cortedad de entendimiento mía, mantengo que la Divina Creación deja mucho que desear. No es que yo le quite mérito, Dios me valga. Trabajarse un universo completo con sus criaturas, sus océanos y sus accidentes orográficos en apenas seis días tiene su aquél. Un otorrinolaringólogo del SAS tarda bastante más en atender a sus pacientes. No, no es una cuestión de restar valor a una obra ciclópea como ésta. Lo que digo es que yo lo habría hecho mejor.
Lo que echo en falta en este mundo nuestro es la presencia de un principio de la proporción y la compensación, una ley universal del equilibrio que proporcione castigos a quien ofende y premie al buen samaritano. Esto, y eso es algo en lo que todos convendremos, hoy por hoy no existe.
No puedo explicarme cómo el Divino Arquitecto no supo subsanar un error cuya flagrancia clamaba al cielo. ¡Habría sido tan sencillo apañar la cosa! Si se hubiese hecho esto que digo, el presidente de la Diputación de Castellón no podría jactarse tan alegremente de haber sido agraciado con el primer premio de la Lotería del Niño. Pues, en este concretísimo caso, ¿dónde buscar la proporción y la compensación de la que más arriba hablaba? ¿Cómo argüir que, efectivamente, existe una justicia universal, como a la que antes me refería, que sanciona al malvado y agasaja al bondadoso?
Tal y como yo lo veo, esto se habría arreglado con la instauración de una institución que, a mi juicio, habría cumplido cabalmente con esa admonición bíblica de que los últimos acabarán siendo los primeros. La institución a la que aludo, al tiempo que ejercería efectos disuasorios sobre los potenciales pecadores, haría evidente de manera palmaria la injusticia del mundo. Pues, si tal institución existiese, Carlos Fabra, el susodicho presidente de la Diputación castellonense, exhibiría, junto a la fortuna proporcionada por Loterías del Estado, una chepa de formidables dimensiones que haría cima en su espalda. Porque, y como usted ya habrá advertido con la perspicacia que todos le suponemos, la institución a la que he venido apelando no es otra que la joroba.
Su empleo no requiere, ni tan siquiera, de manual de instrucciones. Un desalmado asalta a una indefensa anciana en plena vía pública para robarle la pensión, y allá va una giba para recordarle su despreciable comportamiento. Un presidente de banco se forra con el dinero ajeno gracias a oscuras operaciones financieras, acá se le coloca una chepa para que su consejo de administración tenga la certeza de que quien ocupa la tribuna es un sinvergüenza. Y si a Fabra le toca la lotería, pues la espalda contrahecha para compensar, y a otra cosa.
El recurso es ingenioso, no me lo negará usted. Aunque temo que la Iglesia, atenta a todos los avances que alientan talentos como el mío, curtido al calor de la nueva sociedad tecnológica, ya se me ha adelantado. La Conferencia Episcopal se ha apropiado de la ocurrencia y usa en beneficio propio este procedimiento exclusivo de mi invención: que usted sucumbe a los deleites del placer sodomita, que no consuma el matrimonio como Dios manda, que no va a las manifestaciones que los obispos organizan para el contento de las gentes de orden, que a diario aboca al vértigo del vacío infecundo a millones de espermatozoides que soñaron con un final uterino y no inodoro… pues más chepas, una lluvia de ellas sobre las espaldas de los impíos. Y como bajo las amplias vestimentas eclesiales las gibas pasan desapercibidas, pues miel sobre hojuelas.
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