miércoles, 21 de mayo de 2008

El butanero y el Íbex 35

El señor C. supo por la prensa que se hallaba a un tris de la más absoluta ruina. En el transcurso de los últimos meses, C. había examinado con escrúpulo de egiptólogo la cuantía que figuraba al pie de su nómina mensual para comprobar, no sin pesar, que sus retribuciones apenas alcanzaban para saciar la voracidad de su parentela y del departamento de préstamos hipotecarios del BBVA. Pero sólo cuando la noticia saltó a las portadas de los periódicos adquirió la certeza de que se encontraba a un paso de la bancarrota.
Su economía doméstica, la misma que hasta entonces había sido reputada por los más afamados especialistas como una de las más sólidas de la Unión Europea, amenazaba ahora con colapsarse. “La desconfianza de los inversores en el Plan Bush contra la recesión hunde las bolsas”, leyó para descubrir que su delicada situación financiera debía más a un señor de Tejas, antiguo dipsómano y promotor de conflictos bélicos, que al miserable de su empleador y sus sueldos miserables.
Antes de la difusión internacional de la noticia, C. ya había barruntado la precariedad de su situación pero había callado por un elemental principio de prudencia. Nadie habría tenido en cuenta las objeciones de un humilde repartidor de gas butano a los documentados dictámenes elaborados por la prensa financiera. Si los más conspicuos expertos sentenciaban que los hogares españoles gozaban de una holgada situación económica, ¿quién diablos era el butanero para sostener lo contrario? C. calló y se consoló pensando que quizá su caso respondería a algún tipo de anormalidad cuya naturaleza le resultaba desconocida.
Pero ahora las cosas han cambiado. El desplome de las bolsas, la amenaza de recesión que pesa sobre la economía estadounidense, el pánico suscitado en los mercados europeos y, sobre todo, la publicación de todos estos inquietantes sucesos en los diarios han convertido a C. y a su familia, más allá de la sospechas que albergaba desde antaño el afectado, en pobres de solemnidad. C. siempre supo que era pobre, pero ahora ya es oficial. La caída del Íbex 35 lo atestigua de manera inequívoca.
La esperanza, como ocurre con la propia vida, es lo último que se pierde. Así que C. aún confía en la recuperación del Nikkei, el Dow Jones y el Nasdaq, en el diagnóstico de los factores que alimentan la recesión de la economía del coloso americano, en la adopción de medidas adecuadas que favorezcan la contención de las turbulencias que amenazan el parqué y en un comportamiento razonable de los agentes implicados que sirva de freno a la volatilidad de los mercados bursátiles y procure la reversión de las pérdidas. “Cuando esto suceda, Emilio Botín, Amancio Ortega, Florentino Pérez y yo podremos respirar más tranquilos”, se dice el señor C. mientras una vecina con tesitura de soprano le reclama a gritos dos bombonas para el 2º B.

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