miércoles, 21 de mayo de 2008

El gemelo perverso

Puede ser que lo desconozca, pero tenga por seguro que a esta hora y en algún lugar del planeta un tipo en todo idéntico a usted acaba de cometer un crimen ominoso del que, muy probablemente, nunca tengamos noticia.
No pretendo sumirle en el desasosiego que asalta necesariamente a quien se vincula a un delito inmundo. Tan sólo deseo informarle de que usted, al igual que nos sucede a todos, es la viva imagen de otro ser distinto a usted pero esencialmente exacto en lo físico, un gemelo perverso, un replicante maligno, un sujeto capaz de cualquier desmán, un malhechor que viste como usted lo hace, toma el cuchillo del pescado con los mismos dedos que usted emplea y salpica sus conversaciones con las mismas simplezas y menudencias con las que usted adereza las suyas.
Ese sosias, al que no ha sido debidamente presentado, encarna el lado tenebroso de su alma, la faceta libérrima de amoralidad y abyección que oculta su espíritu, su Dorian Gray en ropa de faena.
Pero no se inquiete, pues, según establece una ley no dictada, por muy dilatada que resulte su existencia no hay posibilidad alguna de que su destino se cruce con el de ese doble pérfido que utiliza unas manos iguales a las suyas para cometer sus atrocidades.
Todos tenemos un gemelo malo, pero nadie llega jamás a conocerlo.
Esto es, al menos, lo que hasta ahora ha sucedido.
Los seres humanos somos lo que somos gracias a nuestra capacidad de adaptación, la cual ha permitido a nuestra especie alcanzar las excelentes prestaciones que hoy ofrece y que resultan evidentes para cualquier ojo mínimamente perspicaz. Creo haberlo escrito en alguna otra ocasión: el Homo sapiens es capaz de cualquier cosa con tal de salvar el pellejo. Ya en su día nos dimos cuenta de que, dado el camino que iba tomando el proceso evolutivo de las especies, iba siendo necesario abandonar aquel grosero hábito nuestro de caminar apoyados sobre las cuatro extremidades. Advertimos pronto, y con ello demostramos nuestro vivo ingenio, que si deseábamos sobreponernos al reto de la selección natural y disfrutar de los placeres que proporcionaría el futuro, resultaba absolutamente indispensable erguirse y adoptar un sistema de locomoción más eficiente. Y desde entonces, caminamos sobre los dos pies.
El Homo sapiens es un tipo listo.
Esta digresión permitirá comprender más diáfanamente lo que sigue.
Decíamos antes que resulta harto improbable que usted o yo trabemos relación con nuestro malévolo gemelo. Pero si tal cosa llegase a suceder, si usted un día, mientras degusta un Paladín a la taza en la terraza de una cafetería, descubre para su asombro la presencia en un asiento cercano de un tipo que es su vivo retrato, una réplica impecable de usted mismo, una copia tan precisa que reproduce incluso la geografía de sus lunares, sus verrugas y sus nevus, no tema. El Homo sapiens que es usted acudirá presto en su ayuda.
Avisado como está de la existencia en algún lugar del mundo de ese doble suyo, sabrá, definitivamente, que aquél que un par de mesas más allá se deleita con un carajillo de coñac no es sino el maligno ser del que le habían hablado, el individuo abominable, la réplica inicua a quien el espejo devuelve el mismo reflejo que a usted.
Lo realmente fascinante es que el otro, que también es un Homo sapiens, le observará a usted con idéntico espanto, persuadido de que ése que tanto se le parece y que le observa mientras remueve su Paladín con una cucharilla es el depravado, el misántropo, el criminal. Esto es, que el gemelo perverso es usted.
Resulta extraordinariamente reconfortante saber que el malo siempre es el otro.

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