miércoles, 21 de mayo de 2008

Adiestro mono para puesto de trabajo

El primero fue Sebastián, un chimpancé huraño y feo. Sebastián miraba con recelo el cuadro de mandos mientras oía farfullar al capataz en el lenguaje ininteligible de los humanos. Cada avance, cada logro, cada nueva conquista era premiada con un puñado de dátiles y una manzana. El simio erró una y mil veces, golpeó con el índice extendido y escaso éxito los botones de la grúa, chilló con alaridos de mono su incompetencia. La perseverancia de su adiestrador obtuvo, sin embargo, sus frutos. Y así fue como, tras dos intensos años de formación, Sebastián se convirtió en el primer simio de la comarca con carné de gruista.
La Confederación Española de Organizaciones Empresariales aplaudió la gesta del chimpancé gruista, una hazaña que, de ser imitada por los empresarios españoles, traería consigo un recorte de los costes de producción que el mismo señor Cuevas cifró en miles de millones de euros. Al fin y al cabo, como resultaba evidente para todos, una plantilla integrada exclusivamente por primates podría sostenerse con un modesto desembolso económico, el indispensable para sufragar la compra de unos cuantos kilos de cacahuetes y cuatro docenas de plátanos.
El progresivo relevo de la mano de obra humana por simios se constató ya como un hecho apenas cinco meses después de que se conociera la exitosa experiencia protagonizada por el chimpancé Sebastián. Babuinos pequeños y con cara de mala leche atendían al público en las sucursales bancarias; en los grandes almacenes, orangutanes desgarbados, empleados en la planta de moda de caballeros, hacían recomendaciones a los clientes sobre tejidos y tallajes; monos araña guiaban a grupos de turistas suecos a través de los tesoros y misterios que vela la Catedral de Burgos…
Los editores de prensa diaria vieron, también ellos, las múltiples ventajas que ofrecía reemplazar a los periodistas humanos por primates y, desde entonces, las redacciones de los periódicos fueron ocupadas por macacos, mandriles y monos tití. Decenas de monos disciplinados golpeaban con reciedumbre los teclados de los ordenadores y si bien aquel ejercicio no procuraba ningún texto con sentido, los empresarios estaban encantados con esta cáfila de nuevos trabajadores, tan disciplinados y baratos. Una chirimoya bastaba para tenerlos contentos.
Los primates habían constituido todo un hallazgo, una piedra fundacional sobre la que erigir el nuevo capitalismo, un modelo de explotación de los recursos pensado para el mono, digno reemplazo del trabajador humano.
Las cosas comenzaron, sin embargo, a torcerse. Los empresarios decidieron que el margen de beneficios podría aumentarse todavía un poco más: bastaba con reducir las raciones de plátanos y altramuces con las que se pagaba sus honorarios a los monos. La medida causó honda indignación en la población simiesca, mucho menos civilizada que sus antecesores humanos, y los actos de violencia no tardaron en desatarse. Las noticias trágicas se sucedían sin respiro: un mono colobo africano amputó de un mordisco la nariz de un empresario de la construcción pontevedrés; un tití arrancó a tirones el cuero cabelludo del tesorero de la Confederación Leonesa de Empresarios; un gorila blanco empleado en un conocido banco del país sodomizó en su despacho al presidente del consejo de administración de la entidad, con quien desde entonces reside en un coquetísimo apartamento de la Costa Azul…
El señor Cuevas pensó entonces que, antes tales dislates, lo mejor habría sido continuar el negocio con aquellos tipos a los que con apenas 800 euros se les contentaba. En comparación con los monos eran caros, claro, pero al menos no protestaban.

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