HOMOSEXUALIDAD E IGLESIAHay quien riega y, bajo sus pies, ve crecer petunias y gladiolos; hay quien riega y lo más que logra es una cosecha de rábanos. Conforme a esta verdad, los caracteres humanos pueden clasificarse, según los tipos, en florales y hortícolas.
El individuo floral contempla el mundo como un prodigio, un espectáculo opulento y desbordante regido por un mecanismo delicado y sutil cuyos resortes sólo pueden ser activados por el suspiro de un ángel.
El individuo hortícola, por el contrario, no se anda con tantos melindres y piensa que la mecánica del universo es, en lo esencial, idéntica a la de las lavativas.
Una mentalidad floral interpretaría la desaconsejable inclinación de la señora Esperanza Aguirre a dejarse ver en accidentes aéreos y tiroteos terroristas como un indicio de la existencia de Dios. De este modo, Aguirre vendría a ser algo así como una elegida, la protegida por una voluntad omnipotente y caprichosa que deposita su gracia en un ser de entre tantos, uno entre millones, invistiendo a éste, y sólo a éste, con la dignidad que le distingue como favorito de los dioses.
Un espíritu hortícola se contentaría con una explicación más prosaica y pedestre: “La Aguirre es gafe”, concluiría.
Imagine, ahora, a un hombre de planta excelente, con las guías de los bigotes engominadas y el cabello escindido en dos crenchas por una raya precisa y rectilínea, cual lecho del Mar Rojo que se descubre para permitir el paso del pueblo de Israel. Hermoseados torso y extremidades por la elegancia nunca pasada de moda del traje de tergal, el petimetre enamorado se rinde de hinojos a los pies de la preferida de su alma y, con mirada bovina, encomia sus labios carnosos cual pétalos de amapola, sus ojos de lapislázuli, su corazón de oro.
“He aquí un poeta”, dirá el del espíritu floral.
“He aquí un traficante de órganos”, replicará el del carácter hortícola.
El tipo de humano floral ve en las viñas, todavía en flor, el sol que quedará cautivo en la piel de la uva jugosa; advierte en la sonrisa postrera del moribundo el anuncio de una vida de dicha eterna junto al creador; vislumbra en el alboroto del niño de voz argentina un futuro preñado de promesas…
En oposición, el tipo hortícola apenas si aprecia en los viñedos el paso devastador de la filoxera; en la sonrisa del agonizante, la presencia de una caries, dos puentes y un principio de piorrea; en el jolgorio del infante, la justificación de un deseo ferviente que exige el retorno, por este orden, de Herodes, Torrebruno y los Chiripitifláuticos.
La experiencia de la vida cotidiana ofrece rara vez ejemplos puros e incontaminados de uno u otro de los tipos de humor que venimos reseñando. En cada uno de nosotros, sea cual sea la proporción, conviven jazmines, jacintos y violetas con calabacines, repollos y cebollinos. Pese a esta evidencia, de tiempo en tiempo en algunos de nuestros congéneres se manifiesta una actitud inequívocamente floral o genuinamente hortícola. Ya se trate de una u otra conducta, estas insólitas ocasiones permiten observar, según el caso, la grandeza o miseria humanas.
La iglesia católica ha expresado su más enérgico rechazo a una propuesta de la Unión Europea por la cual se reclamará a la Organización de las Naciones Unidas que impulse una campaña cuyo objetivo sea la despenalización de la homosexualidad en el mundo. Aun hoy, decenas de países persiguen, encarcelan y ejecutan a los homosexuales por el mero hecho de serlo. Oponerse a una lucha que pretende poner fin a los padecimientos de estas pobres gentes resulta poco compasivo e, incluso, escasamente cristiano.
San Isidro Labrador, patrón de los agricultores, debería hacer patente la ira de Dios con una lluvia torrencial de nabos y coliflores sobre el Vaticano.
El individuo floral contempla el mundo como un prodigio, un espectáculo opulento y desbordante regido por un mecanismo delicado y sutil cuyos resortes sólo pueden ser activados por el suspiro de un ángel.
El individuo hortícola, por el contrario, no se anda con tantos melindres y piensa que la mecánica del universo es, en lo esencial, idéntica a la de las lavativas.
Una mentalidad floral interpretaría la desaconsejable inclinación de la señora Esperanza Aguirre a dejarse ver en accidentes aéreos y tiroteos terroristas como un indicio de la existencia de Dios. De este modo, Aguirre vendría a ser algo así como una elegida, la protegida por una voluntad omnipotente y caprichosa que deposita su gracia en un ser de entre tantos, uno entre millones, invistiendo a éste, y sólo a éste, con la dignidad que le distingue como favorito de los dioses.
Un espíritu hortícola se contentaría con una explicación más prosaica y pedestre: “La Aguirre es gafe”, concluiría.
Imagine, ahora, a un hombre de planta excelente, con las guías de los bigotes engominadas y el cabello escindido en dos crenchas por una raya precisa y rectilínea, cual lecho del Mar Rojo que se descubre para permitir el paso del pueblo de Israel. Hermoseados torso y extremidades por la elegancia nunca pasada de moda del traje de tergal, el petimetre enamorado se rinde de hinojos a los pies de la preferida de su alma y, con mirada bovina, encomia sus labios carnosos cual pétalos de amapola, sus ojos de lapislázuli, su corazón de oro.
“He aquí un poeta”, dirá el del espíritu floral.
“He aquí un traficante de órganos”, replicará el del carácter hortícola.
El tipo de humano floral ve en las viñas, todavía en flor, el sol que quedará cautivo en la piel de la uva jugosa; advierte en la sonrisa postrera del moribundo el anuncio de una vida de dicha eterna junto al creador; vislumbra en el alboroto del niño de voz argentina un futuro preñado de promesas…
En oposición, el tipo hortícola apenas si aprecia en los viñedos el paso devastador de la filoxera; en la sonrisa del agonizante, la presencia de una caries, dos puentes y un principio de piorrea; en el jolgorio del infante, la justificación de un deseo ferviente que exige el retorno, por este orden, de Herodes, Torrebruno y los Chiripitifláuticos.
La experiencia de la vida cotidiana ofrece rara vez ejemplos puros e incontaminados de uno u otro de los tipos de humor que venimos reseñando. En cada uno de nosotros, sea cual sea la proporción, conviven jazmines, jacintos y violetas con calabacines, repollos y cebollinos. Pese a esta evidencia, de tiempo en tiempo en algunos de nuestros congéneres se manifiesta una actitud inequívocamente floral o genuinamente hortícola. Ya se trate de una u otra conducta, estas insólitas ocasiones permiten observar, según el caso, la grandeza o miseria humanas.
La iglesia católica ha expresado su más enérgico rechazo a una propuesta de la Unión Europea por la cual se reclamará a la Organización de las Naciones Unidas que impulse una campaña cuyo objetivo sea la despenalización de la homosexualidad en el mundo. Aun hoy, decenas de países persiguen, encarcelan y ejecutan a los homosexuales por el mero hecho de serlo. Oponerse a una lucha que pretende poner fin a los padecimientos de estas pobres gentes resulta poco compasivo e, incluso, escasamente cristiano.
San Isidro Labrador, patrón de los agricultores, debería hacer patente la ira de Dios con una lluvia torrencial de nabos y coliflores sobre el Vaticano.
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