miércoles, 21 de mayo de 2008

La rata uruguaya

Un equipo de paleontólogos ha descubierto en Uruguay los restos fosilizados de un roedor descomunal que debió de vivir hace unos cuatro millones de años. Los expertos aseguran que el animal pudo alcanzar un peso de unos 2.500 kilogramos. La singular noticia ha sido recogida exhaustivamente por los diarios, en cuyas páginas se ofrecen datos precisos acerca de la catadura del bicho, sus hábitos cotidianos y la trascendencia del hallazgo.
No dudamos del alcance y la significación que para la historia evolutiva de los roedores esconde el cráneo que testimonia la existencia, en una época inimaginable, de tan notable especie. De lo que no albergamos duda alguna es de que si esta revelación científica ha despertado algún interés entre el hombre de a pie se debe al tamaño de la alimaña.
Un señor con bata blanca se asoma a la televisión y nos cuenta que ha descubierto una rata que corrió sobre la Tierra hace la tira de años, y uno, repantigado en el sofá con los pies abrigados por unas acogedoras pantuflas, acepta sin demasiado interés que alguien con estudios pueda entusiasmarse con el hallazgo de un mamífero peludo de cuya presencia escapan las señoras. Y es que hay gente para todo. Pero, ahora bien, si ese mismo señor precisa que la susodicha rata podría haber competido en envergadura con un hipopótamo actual, nuestra curiosidad se acrecienta. ¿Nos interesa el hallazgo? ¿Nos seduce la idea de los nuevos caminos que se abren al conocimiento de los procesos evolutivos de las especies vivientes? ¿Nos conmueve la excitación de la comunidad científica ante un hito que obliga a reconsiderar todas las hipótesis y teorías generalmente aceptadas hasta la fecha? No, en realidad. Lo que de verdad reclama nuestra atención es la idea de que las alcantarillas pudieran acoger, en una época remotísima, a ratas grandes como un Renault Twingo. Somos así de sutiles.
El tamaño realmente importa. Una rata ciclópea concita más interés público que una de sus congéneres de tamaño medio. No es la rata lo que nos entusiasma, son sus dimensiones. Este razonamiento es aplicable de manera estricta al ámbito de lo social. El sha de Persia, el presidente de la General Motors o el Papa de Roma nos resultan familiares, y en no pocos casos admirables, porque la comunidad los tiene por cosas grandes y desproporcionadas. Que el sha de Persia vea carcomerse lo más suyo por el avance de la sífilis conmociona al hombre común en cuanto que quien resulta víctima de tan vergonzante mal es un miembro de la realeza. Un fontanero sifilítico no interesa a nadie. Alguien cuyo único propósito en la vida es el de reparar tubos sifónicos se tiene por una cosa pequeña, muy alejada, desde luego, de la magnificencia que inviste al señor de todos los persas.
Lo que vale para los shas, los presidentes de las grandes multinacionales y los papas sirve también, en su escala, para la aristocracia de una ciudad de provincias. El poeta laureado, el hijo predilecto o el presidente del Círculo Mercantil son tenidos, en atención a un extendido sentido de la proporción, como algo más grande que, pongamos por caso, un perito mercantil. Ni que decir tiene que a ojos del vulgo el notario, el cronista oficial, el concejal de Alcantarillado y el diputado al Congreso adquieren dimensiones colosales.
Además, los próceres locales, tal y como acaece con nuestra rata uruguaya, fosilizan estupendamente.

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