miércoles, 21 de mayo de 2008

España o el peritoneo (la fiesta nacional)

A don Pelayo Cid le dolía España, aunque fue una peritonitis lo que se lo llevó al otro barrio. “No sé si me duele España o es el peritoneo”, dicen que dijo antes de exhalar el postrero aliento.
Epígono de un linaje de hidalgos hispanos, arrostró don Pelayo la muerte con serenidad y entereza, confortado por la certeza de que, al igual que en los chistes, el Creador había reservado un cielo para usufructo exclusivo de sus compatriotas. Quiso, como buen español, venirse a morir con cierto retraso -apenas un cuarto de hora, lo imprescindible para darse pisto ante el Sumo Hacedor- en la intención, perspicazmente forjada, de evidenciar, pecando de informal, su origen patrio. “Campechano hasta el final”, elogiaban socarrones sus deudos en vista de que, a pesar de todas las predicciones médicas, no acababa de morirse. Pero terminó muriéndose, y en ello, para disgusto del difunto, no hubo manera de distinguirlo de un finés, un kazajistaní o un grecochipriota.
Del mismo modo que el Campeador jamás emprendió campaña contra el moro sin proveerse de un par de mudas limpias, don Pelayo hizo gala de la precaución que adorna el ser nacional español y, previendo los perniciosos efectos que ejercería la muerte sobre su salud, dictó testamento ante notario para dejar a sus herederos consignación precisa de sus últimas voluntades. Esto explica por qué, en escrupulosa observancia de lo dispuesto ante el fedatario, el féretro de don Pelayo fue envuelto en la enseña rojigualda, escoltado el día de la Fiesta Nacional por la banda de tambores y cornetas Virgen de Covadonga y conducido por las principales avenidas de su localidad natal a los sones de la Marcha Real.
No pararon aquí las prescripciones que el difunto impuso para exaltar su genuina españolía en la organización de las exequias. Aunque hubo quien quiso ver un exceso de celo en las directrices impartidas por don Pelayo (“no era necesario, no era necesario”, murmuraba para sí durante el funeral el presidente del Círculo Mercantil, amigo entrañable del finado), los empleados de las pompas fúnebres, atendiendo a las instrucciones recibidas, introdujeron en el ataúd, junto al cadáver, una paella familiar para quince personas, un cartón de Celtas cortos sin boquilla, las obras completas de don José María Pemán, un caballo de pura raza cedido por la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre de Jerez, la grabación íntegra del espectáculo flamenco María Triniá, un bidón de cinco litros de Varón Dandy, una reproducción en plexiglás del brazo incorrupto de Santa Teresa, los 30 volúmenes del Cossío encuadernados en piel, una réplica en miniatura del baúl de la Piquer, un ejemplar ilustrado del catecismo del Padre Ripalda y una cabra de la Legión embalsamada. Pudo nacer hombre más íntegro; más español, no. Q. e. p. d.
No gocé del honor de ser presentado a don Pelayo, pero lamento su deceso con idéntica consternación. No ocultaré mis reticencias a las desmesuras del difunto, las cuales no inventariaré por respeto a la memoria de quien ya no se encuentra entre nosotros. Diré, sin embargo, que yo también soy español, aunque jamás tomaría para mis honras fúnebres las resoluciones que don Pelayo adoptó para las suyas. Quizá, porque siempre he sido partidario de conceder a cada cosa la importancia que le corresponde.
Soy español, pero no por ello me siento urgido a envolverme desnudo en la enseña nacional para dar testimonio público de mi patriotismo. Soy español, lo cual no me impide advertir que una bandera lo mismo sirve para conmoverse con las medallas de plata (siempre eran de plata) de Mariano Haro que para abrirle la cabeza con el mástil al tipo que está del otro lado de la frontera. Soy español, pero no albergo intención alguna de lanzarme hoy a la calle enarbolando sobre mi cabeza la bandera nacional mientras canturreo Suspiros de España, por mucho que para algunos ésta sea la única y más decente manera de ser español.
No descarto, sin embargo, aprovechar fecha tan señalada para engalanarme con mantilla y peineta de carey. Qué le voy a hacer, soy español.

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