sábado, 23 de mayo de 2009

LOS BROTES VERDES

El director general del Fondo Monetario Internacional ha anunciado que, tras un periodo de esterilidad y desolación económicas, han comenzado a germinar los primeros brotes verdes. Una prueba más de que, en contra de lo sostenido por la común opinión, la lírica no es ajena al capitalismo. Los confortables sillones de los consejos de administración y de las instituciones reguladoras del mercado hospedan las posaderas de insignes poetas. ¿A qué trabajador asalariado podría habérsele ocurrido presentar los primeros indicios de recuperación económica con una imagen tan inspirada como la de los brotes verdes? “Brotes verdes cuya fragilidad embosca un futuro preñado de frutos carnosos y apetecibles, premonición de un árbol de firmes raíces y ramas nudosas cuya sombra procurará el refrescante deleite al paseante extenuado”, podría haber completado el preboste de las finanzas internacionales.
Las clases populares no están dotadas para alcanzar tales cimas líricas. Si un desempleado fuese capaz de advertir la presencia de uno de estos brotes verdes, lo agarraría para tirar de él en la convicción de que debajo se esconde un nabo con el que bien podría cocinarse una nutritiva sopa caliente. El proletariado siempre ha resultado de una vulgaridad insultante.
Es la envidia, animada por la campaña del lobby obrero internacional, el origen del estereotipo que presenta al poderoso como un individuo obeso, tocado con chistera, carente de escrúpulos y con el corazón helado, incapaz de un acto de bondad o belleza. Huelga decir que nada de esto es cierto. Basta un análisis somero de la cuestión para descubrir tras cada magnate, tras cada presidente de banco, un espíritu sensible que intima con las musas. Son los nuevos juglares, cuya presencia pasa desapercibida a la opinión del público enfundada en costosos trajes de Emidio Tucci; son los rapsodas de los tiempos modernos, a los que puede encontrarse en las más selectas recepciones. La suya es la poesía del recogimiento, la que se urde en la intimidad con la única compañía de uno mismo. Jamás se habrá visto a un Botín o a un Rockefeller ufanarse en público de su vena lírica. Es gente celosa de su don. Es gente de tacto.
Como se ha visto en el caso de la metáfora de los brotes verdes, la horticultura es una de las más prolíficas fuentes de inspiración de estos estimables vates, pero no la única. Así, es común hallar en sus composiciones todo tipo de tropos referidos a la naturaleza de la materia y sus estados. De entre todos ellos, los de la congelación y la flexibilidad les resultan los más queridos. Así, cuando el miembro del consejo de administración alude a la congelación salarial no hace sino advertir “la undosa adherencia de un manto de escarcha que petrifica e inmoviliza el deseo”. Cuando hace referencia a la flexibilidad del mercado laboral, imagina “el junco que rinde su voluntad al viento, el lince que se comba en el aire para dejarse caer sobre su espantada presa, el mismo universo que no tiene ni principio ni fin”. Un trabajador, uno de esos asalariados de empleo precario, sueldo insuficiente y total ausencia de sentido poético sólo verá en la escarcha un recorte de sus ingresos; la flexibilidad del junco y el vendaval serán, para sus cortos alcances, la promesa de que, si no hoy, mañana, la empresa acabará poniéndolo de patitas en la calle. La clase obrera jamás prosperará si no consigue desprenderse de esta burda y prosaica visión del mundo y de sus cosas. Es gente sin sustancia, qué se le va a hacer.
Y esos brotes verdes florecerán, se multiplicarán con el advenimiento de la primavera, acabarán ocupando vastas extensiones de terreno, páramos hermoseados por tanta verdura, praderas anchurosas y fértiles que, una vez registradas y escrituradas, acogerán nuevos complejos turísticos, modernas urbanizaciones, suntuosos campos de golf.
Los poetas también tienen que comer.

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